29 de julio.
Espléndido día nuevamente que empleamos en pasear por la playa y jugar a
putting en un Kinburn Club atestado de jubilados que disputan su competición semanal de
Bowling.
Durante el paseo, que se alarga hasta que en los restaurantes no queda casi nadie comiendo, nos topamos con un sorprendente espectáculo: un partido de polo sobre la arena, a mitad de camino del estuario del Eden que separa la playa de Saint Andrews de Leuchars, a la izquierda y del bosque de Tentsmuir si siguiéramos la ruta costera.
La competición tiene un inevitable aire entre pretencioso y decadente. Una docena de jugadores no muy diestros exhibiendo unas hermosas monturas se afanan en dar golpes a la arena y, raramente, a la bola. Recostados contra las dunas, protegiéndose del viento y las miradas, un grupo de señoras y señores más bien maduros con sus paravientos y sillas charlando mientras beben y, ocasionalmente, echan un vistazo al partido que sus sucesores están disputando. La escena, impropia de estos tiempos para un profesor de clase media-baja como yo, me recuerda la descripción que Ricardo, a medias horrorizado a medias fascinado, hizo de un partido de
criquet que contempló al poco de haber llegado a Saint Andrews. Paseaba, quizás aun acostumbrándose al pueblo, cuando contempló a un grupo de jóvenes ataviados con esos polos y pantalones de inmaculado blanco que denotan su precio y la clase social que los suele adquirir, jugando al dichoso deporte y, entre jugada y jugada sirviéndose copas de champán (
Möet Chandon o
Veuve Cliquot, de eso no me acuerdo) para refrescarse...
El resentimiento de clase, en mi caso, unido al aburrimiento que a todos nos produce este deporte hizo que, tras unos instantes de perplejidad y unos minutos de observación de los animales (de ambos, los potros y sus jinetes), siguiéramos nuestro camino preguntándonos en voz alta en qué mundo vivíamos o vivían...
Comimos en
Abbey Villa y, a primera hora de la tarde para nosotros, media tarde para los británicos, embocamos, nunca mejor dicho, el camino a Kinburn y, de ahí a la noche, partidas, helados, paseos y una larga contemplación de la puesta de sol. Nada que se saliera de la rutina de los días anteriores. En casa, por la noche,
Proms, noticiarios de la BBC, cartas y, en vez de Azorín que sigue esperando encima de la mesita de noche, una enciclopedia ilustrada de rugby de los años setenta con fotografías de jugadores célebres del Cinco Naciones como los inolvidables galeses Gareth Edwards y Gerald Davies.