16 de febrero de 2013

"Cuestión de educación. Finlandia y España"


Reproduzco el artículo que publicó recientemente José Antonio Herrera en El imparcial a propósito del programa de "Salvados" dedicado a la Enseñanza. Tan de sentido común que pasma.

"Esta semana se ha hablado mucho del programa televisivo que dedicó Jordi Évole a la educación. Cinco millones de espectadores prueban que el asunto interesa. Se trataba, por un lado, de explicar por qué falla nuestro sistema educativo; y por otro, de compararlo con uno que funciona bien, el finlandés. El resultado ha sido instructivo, aunque se cometió un error grave identificando sin más sistema educativo con educación primaria. Los elevados niveles de fracaso y abandono escolar que hay en España no se producen en primaria, sino en secundaria, dos mundos muy diferentes.

El análisis de ese fracaso corrió a cargo de un catedrático de Didáctica. No recuerdo su nombre, pero fue como oír a Urdangarin explicarnos la corrupción. Pasaré por alto el casposo preámbulo político con que inició su intervención y me referiré sólo a su tesis principal: falla el profesor. En España se dedican a la docencia los alumnos con peores expedientes. Un cinco en selectividad basta para estudiar magisterio. En Finlandia, ocurre al revés, son los mejores los que quieren dedicarse a la enseñanza. Me quedé estupefacto. No digo que el dato sea falso (lo es en secundaria, donde los profesores no son maestros), pero que un catedrático de didáctica lo esgrima en esos términos es sorprendente. De pronto el rollo pedagógico no sirve: las notas importan, los valores resultan secundarios, aprender a aprender no es la prioridad. El alumno de cinco será siempre un alumno de cinco y, aunque él, nuestro catedrático, sea el mago de la motivación, no hay nada que hacer. ¿Qué se puede esperar de unos molondros sin seso? Pero entonces, ¿con qué cara reprocha a los profesores su incapacidad para sacar a sus alumnos (muchos que no sueñan si quiera con la posibilidad de hacer selectividad) todo el potencial que encierran?

No obstante, y a pesar de este lastre, nuestro sistema educativo funciona mejor de lo que parece. No en vano lo han concebido los pedagogos. El señor catedrático, que es uno de ellos, dice que, al margen de la incompetencia de los profesores, realiza una importantísima labor de integración y cohesión social. Para demostrarlo Évole enseña un colegio y entrevista a su director. La cosa es evidente, pero: ¿qué pensarían ustedes si se justificara la bondad del sistema sanitario con el argumento de la integración y la cohesión social, y no de la curación de enfermos?

Pero la gracia del programa no ha estado en mostrarnos la falta de lucidez de la gente que se ocupa de estas cosas, sino en enseñarnos cómo trabajan en Finlandia. Comparar para comprender, algo difícil porque las diferencias culturales son notables. ¿Cómo va a funcionar igual la enseñanza en un país decente que en otro situado en el puesto trigésimo del ranking de la corrupción, junto con Botsuana? Una sociedad sin valores o con valores falsos, como la nuestra, difícilmente ofrecerá a sus ciudadanos una buena educación. Localismos, calderilla religiosa, educación para la ciudadanía, recortables sobre la paz y la no violencia, todo eso sí, pero educación de verdad, en absoluto.

Comparemos de todos modos. ¿Qué tiene de bueno el sistema español? Que favorece la integración y la cohesión social. ¿Qué tiene de malo? Que no da la formación adecuada a los alumnos, que los aburre y se van, que no ilusiona a nadie. ¿Y el finlandés? Nadie presume en Finlandia de contribuir a la integración y cohesión social -se parte de ella; de hecho no hay más escuela que la pública-, sino de la formación que proporciona y de la satisfacción que produce entre estudiantes, docentes y familias. ¿Y cómo han logrado esto?, ¿gracias a una organización minuciosa de la labor educativa?, ¿incrementando la jornada lectiva y el calendario escolar?, ¿merced a un férreo control político?, ¿siguiendo al pie de la letra las recomendaciones de la pedagogía?, ¿buscando el consenso con los sindicatos de clase? Pues no. Han hecho más bien lo contario. Liberarse de todo eso. La educación es un asunto de Estado y los partidos no litigan a su costa. Si hay que hacer algún cambio se pregunta a los docentes, no a los pedagogos, las organizaciones sindicales o los políticos. Tampoco existe un cuerpo de inspectores encargado de velar políticamente por la eficacia del sistema, sino que se confía en los docentes, quienes, liberados de absurdas cargas burocráticas, pueden consagrarse a lo que importa. La labor de inspección, por decirlo así, la hacen los padres, quienes tienen derecho a asistir en cualquier momento a las clases de sus hijos para ver lo que estos hacen. Etc.

Ya ven, sentido común. Los profesores españoles llevan años reclamando todo esto. El resultado en Finlandia es que la gente está contenta y la escuela no parece una cárcel, como aquí. En cierto momento, mientras Évole charlaba con una profesora, varios chicos han salido solos al recreo. ¿Otra vez?, ha preguntado. Sí, otra vez. Los niños finlandeses tienen cuatro o cinco recreos. No se trata de pasar muchas horas en el aula, sino de aprovecharlas bien, ha comentado la maestra. El patio a donde han salido para jugar era una explanada cubierta de nieve, lindante con la calle por la que transitan automóviles y asesinos en serie. Nada de verjas electrificadas, de conserjes en garitas, de profesores de guardia. Hablo de niños de diez años, no de diecisiete, niños que aún viven en un mundo de ensueño, sin conocer lo que les rodea ni a sí mismos, enfrentándose a lo desconocido con su fantasía. Pero ahí están, desprotegidos, sin un profesor que los vigile neuróticamente porque hay un inspector acechándole y detrás de él un político que quiere complacer a unos padres que lavan su mala conciencia (hablamos de los mismos padres que luego dejan a sus hijos en el botellón) exigiendo un control totalitario de la escuela. Me ha gustado verlo y ha confirmado la sospecha que ya tenía: la educación no puede funcionar en un país que vive, como el nuestro, en una persistente, declamatoria e hipócrita falsedad."