A Oriol Junqueras, un político que uno juzga razonable y honesto, le debe estar afectando el contacto con un gobierno acosado. El domingo vinculó "la proliferación de supuestos casos de corrupción
y espionaje políticos en Catalunya con los ataques contra el proceso
soberanista al asegurar que 'evidentemente no es una casualidad' y ha
vaticinado que el Estado español 'hará todo lo posible por torpedear el
proceso'". Una interpretación con algo más de sofisticación
que la circula por los ambientes más intelectualmente indigentes de la calle pero sustancialmente igual de tosca y, por ello, impropia de un dirigente de su capacidad intelectual. Que el Estado español hará lo posible por torpedear el proceso soberanista es algo claro pero el ventilador que ha puesto en marcha y esparcido por el oasis catalán, y también por Madrid, la pestilencia de la corrupción no es sólo una argucia de los "servicios secretos" españoles: la corrupción existe, tanto aquí como allí y hace muchos meses, desde que se destapó el "caso Palau", que alrededor de las élites gobernantes catalanas crecía su hedor y era
vox populi que les salpicaría más tarde o más temprano. Y por aquel entonces el giro soberanista, por decirlo suavemente, estaba en pañales.
El nacionalismo ciega.