2 de mayo de 2010

2 de mayo de 2010: escribe Bertrand Russell...


Tras la lluvia de buena mañana he cambiado al viejo Russell por la bicicleta. Diagonal arriba, hasta el Palacio de Pedralbes con poca gente. En esa especie de abigarrado jardín que es la zona alta de la Diagonal -que toca, en perfecta armonía, con la zona alta de clase y espacio de la ciudad-, casi no hay acero. Cielo, puro cielo alejado, y luz.

Entre olmos, acacias, pinos, plátanos, tilos, cedros o, cipreses dispuestos sin demasiado orden a lo largo de la avenida, he entendido nuevamente cómo la posición del espacio es, primero, una posición de clase y que, como afirma Bourdieu¡, las divisiones sociales son divisiones físicas, no sólo metafísicas.

De vuelta a casa observo la pequeña hiedra que empieza a crecer por la pared y pienso en la indisoluble relación que hay entre las hiedras y la clase social. Si desde la Diagonal sigues hacia la los barrios de la Bonanova y Sarriá, abundan las mansiones de altos muros cubiertas por espesas y ancianas hiedras: no es una casualidad. Como no debe serlo que haya qeurido que crezca una en mi casa.

Como los derroteros de esta percepción no me gustan vuelvo a Russell y una argumentación suya contra el relativismo moral que, por sí sola, es demoledora para sus versiones más radicales y endebles:

"... el poder del pater familias romano sobre la vida y la muerte de sus hijos, la antigua costumbre china de vendar los pies de las mujeres, o la regla japonesa de que una mujer debe dormir sobre una almohada de madera mientras que su marido duerme en una blanda. No estoy, porf el momento, discutiendo si tenemos razón al desaprobar estas prácticas; no es difícil imaginar la elocuente defensa que harían de ellas aquellos a quienes le parecen bien. Lo que estoy planteando es algo en lo que ellos y nosotros estaríamos de acuerdo, es decir, que un código moral puede ser mejor o peor que otro. Cuando se admite esto, se supone que hay algo en la ética que es superior a los códigos morales, y que por medio de este algo tienen que ser juzgados. La ética, por tanto, no se reduce al precepto único: 'Haz lo que tu comunidad aprueba, y evita lo que desaprueba'" (p46).