Si entre el cielo y el acero se distribuye el ser desde mi ventana en dirección al mediterráneo, desde la ventana orientada a la montaña que no ejerce de tal ventana porque casi nunca es medio de la mirada, el ser se retira, dividido y atravesado por ruidos, hormigueos, personas, vehículos, barrios, calles y voces.
En ese ser dividido hoy, en menos de una hora, un piso ha ardido. Ante mí, las ventanas derruidas, las paredes ennegrecidas, los objetos calcinados, el balcón atestado de cenizas y pedazos carbonizados de antiguos objetos. La inquiliina acaba de salir con una mochila y una bolsa en la mano. Es una chica joven. Parece embarazada. Se ha quedado sin pertenencias en poco más de cincuenta minutos. Se ha quedado sin nada. Pero todo parece seguir igual.
Sólo queda la huella de lo acontecido en ese ser troceado. Ya es historia. Una vida que no volverá a ser igual ha sido consumida y el conglomerado sigue su camino.
Más allá del cielo y el acero, el fuego.