29 de abril de 2010

29 de abril de 2010: harto de poetas mezquinos e incultos leo a Bertrand Russell


Tras un par de días leyendo a poetas escribiendo acerca de la poesía, he cerrado todos los libros de poesía abiertos, incluida la extraordinaria recopilación Tarde o temprano de José Emilio Pacheco, para darme un paseo de la mano de Bertrand Russell y desintoxicarme de tanta estulticia y memez.

Me he quedado asombrado de la cantidad de estupideces que llegan a decir los poetas sobre la poesía. También de su asombroso y obsesivo empeño en definir su naturaleza para, a partir de ahí, discriminar la buena de la mala poesía y así taxonomizar, etiquetar y jerarquizar a todo bicho poético viviente. Una manía distributiva que, además, no suelen realizar con el ánimo más o menos humilde del botánico o el zoólogo sino con la vanidad y el atrevimiento del ignorante.

Disertaciones alimentadas de definiciones ramplonas y simplistas del estilo "la poesía es x" (y sólo falta el porqué lo digo yo) de las que resultan capillitas de amigos y enemigos, clubes de poetas y no-poetas, clasificaciones, conjuntos y asociaciones sonrojantes de autores, estilos u otras ridículas entidades teóricas del estilo de las "generaciones", las "afinidades", o las "corrientes"...

Un complejo de falta de rigor, confluencia de intereses de hegemonía en el campo literario y beneficios editoriales, pereza intelectual, soberbia, falta de capacidad de análisis, desconocimiento de los más elementales rudimentos de teoría literaria y científica, tosquedad cuando no trivialidad filosófica... en fin, un espectáculo lamentable.

Lo dejo por hoy. Ya seguiré otro día con este circo penoso. Cuando reabra los libros que he dejado y haya acabado la habitualmente sana lectura de un humilde sabio y fino ironista como Bertrand Russell de quien recojo esta magnífica declaración:

"Supongo que la esencia del tema es ésta: que yo no creo que sea bueno estar en ese estado de excitación demente en el que la gente hace cosas que tienen consecuencias totalmente opuestas a lo que desean, como por ejemplo, cuando son atropellados al cruzar una calle porque no pudieron detenerse a observar el tráfico. Aquellos que alababan tal comportamiento, probablemente, o desean ejercer la hipocresía con éxito o sin víctimas de un autoengaño que no son capaces de reconocer como tal. No me da vergüenza pensar mal de ambos casos, y si es por pensar mal de ellos por lo que soy acusado de una excesiva racionalidad, me confieso culpable. Pero si se supone que no apruebo una emoción fuerte, o que creo que todo menos la emoción puede ser causa de acción, entonces niego el cargo del modo más enérgico. El mundo que descarta ver es uno en que las emociones sean fuertes pero no destructivas, y donde, porque están reconocidas, no conduzcan al autoengaño, ya sea al propio o al de otros. Este mundo tendría lugar para el amor, la amistad, la búsqueda del arte y el conocimiento. No puedo esperar satisfacer a aquellos que quieren algo más violento."

(Sociedad humana: ética y política, trad. de Beatriz Urquidi, p13).