24 de abril de 2015

Obras de arte, arte trivial y Sant Jordi


Ayer la República de las Letras y la de las Artes acudieron en socorro de uno tras una semana funesta marcada por el asesinato del profesor Abel Martinez Oliva y la dolosa manipulación que Govern de la Generalitat, sindicatos mayoritarios que no desean que el ideal de la escola catalana inclusiva pueda verse fisurado lo más mínimo y medios de comunicación subvencionados y adictos al régimen han hecho del suceso. Abatido y molesto ya de buena mañana, camino al despacho encontré una parada de libros de segunda mano que se estaba montando cerca de la Gran Via. Aun no habían tomado las calles los compradores y salí con un auténtico alijo por cuatro perras: Estació de França de Joan Margarit, la excelente edición de Círculo de Lectores de Los Buddenbrook de Thomas Mann, la conmemorativa, y difícil de encontrar a un precio razonable, de Cien años de soledad, un volumen de obras de Dickens y la Trilogía de Auschwitz de Primo Levi en catalán. Una ganga resultado seguramente de alguna biblioteca heredada de la cual se desconoce el verdadero valor. A mediodía, en casa, esperaban los regalos por la onomástica: la integral de las sinfonías de Mahler, una buscadísima versión de Los conciertos de Brandenburgo y la versión del director de Nymphomaniac. Ahora, mientras da uno cuenta de ello suenan las cuerdas del maestro alemán y vuelve la sensación de que la distinción, tan cara a nuestra tradición occidental prácticamente desde Grecia, entre arte de consumo y obra de arte, entre arte trivial y arte auténtico, entre arte popular y arte universal, sigue siendo pertinente aunque deba ser, como siempre, relativizada metodológicamente para evitar su abuso simplista.