Idealmente, la causa principal de la emancipación de las representaciones de la soberanía del hombre es que el duplicado espectacular se ha convertido en mercancía. Antes de la era capitalista la imagen estaba, en líneas generales, fuera del circuito del capital. Era un bien común. Su valor era, ante todo, valor de uso. Sí, se vendían, compraban e intercambiaban pinturas, escritos, dibujos, narraciones... Pero la mayor parte de la producción navegaba por el mundo de la vida siguiendo los distintos usos que en él se le daba. Su valor como pieza de cambio apenas excedía de la dimensión de la distinción: figuraba en las propiedades de los privilegiados y dominadores, en las plazas, edificios y lugares de simbólica relevancia popular o en lugares de culto pero no era, prácticamente, objeto de inversión aunque lo fuera de colección. La autonomía de lo espectacular respecto al capital estaba en proporción inversa a su heteronomía respecto al sujeto.
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Observaciones anteriores)