La retórica de la "unidad de España" que utilizan los conservadores españoles, así como la versión más atenuada de los socialistas, no son bien digeridas por estos pagos ni siquiera entre una buena parte del sector unionista. No es la mejor estrategia de persuasión insistir en esta "unidad": la palabra está demasiado cargada históricamente y, además, al borrar por completo ese reconocimiento de la bilateralidad que el catalanismo político lleva décadas reclamando, ignora cómo se ha articulado el espacio público en Catalunya. Su singularidad se aplana, así, con una violencia que puede ser percibida como sutil por quienes la emplean pero que aquí es experimentada como brutal. Tan sólo Izquierda Unida, y especialmente el Partido Comunista, ofrecen un discurso que no es visto como un aplastamiento nivelador.
Tanto da que la idea de la nación catalana se haya construido históricamente, como la de la nación española. Lo que cuenta es que su experiencia inmediata y primitiva, esa experiencia de un "país" que es distinto de España, es percibida como tal por la mayoría de la población. Sí que aumenta la crispación en Catalunya, como denuncia el socialista Pere Navarro, pero no sólo por parte de los secesionistas: el discurso en el que se han instalado la mayor parte de las élites políticas y mediáticas españolas esconde, bajo la apariencia paternalista, una coerción que es mayoritariamente vivida como agresiva. Olvidar el concepto de "unidad de España" bajaría la temperatura en la olla catalana algunos grados lo cual siempre es de agradecer pero como falta "buena voluntad" e inteligencia para abordar el "problema catalán" con posibilidades de hallar una solución satisfactoria para los bandos enfrentados, eso no sucederá, lo cual es preocupante.
Cruzados ciertos umbrales, la retórica lo es todo.