Hace unas semanas, con ocasión de la salida a la venta de Las vidas de las imágenes, uno dejó por estos pagos el brillante prólogo que Antonio Orihuela escribió para la ocasión. Y al hacerlo pensó en todas aquellas personas (afortunadamente no demasiadas) que han dedicado algún tiempo de su vida, por escaso que sea, a escribir sobre los textos que uno ha puesto en circulación. Y lo cierto es que a muchos de ellos no se lo he agradecido suficientemente. Por ello, ahora, en este espacio abierto en la Comunidad desde hace unos años, tal vez sea un buen momento para dejarles constancia de mi agradecimiento y reproducir sus palabras no a mayor gloria del que escribe sino más bien a la de ellos.
Y empiezo por el principio, como no podía ser de otra manera. En 2002, la editorial Germania publicó mi primer texto poético, Del Tercer Reich. Había llegado hasta las manos de uno de los dos directores de la colección de poesía "Hoja por Ojo", Jorge Riechmann. El otro era José María Parreño. Le envié la primera versión de mi manuscrito a sugerencia de Carlos Piera, poeta y lingüista de extraordinaria calidez humana, con el que había contactado tres años antes para que participara en el tribunal que debía juzgar mi tesis doctoral. Cuando Riechmann me escribió para ofrecerme la publicación del libro convinimos en que nadie más indicado que el propio Carlos para escribir el prólogo. Se lo pedi, accedió sin poner obstáculo alguno y allí estuvo y ahora aquí está. Gracias Carlos.
"La
poesía que no es narrativa detiene, en cierto modo, al tiempo. Y la
lírica es, aunque también en cierto modo, cosa del que habla. Eso
hace insólita la consideración del horror en poesía, donde lo
considerado se hace tuyo y como eterno. Requiere mucho valor el
acometerla, como aquí J. Jorge Sánchez, exponiéndose a la
contaminación —una contaminación que negamos por, entre otros, el
sistema de imaginar que el horror viene de unos seres (esos
“autómatas” que “preferimos ver”) que no son en absoluto
como nosotros. Puede que un lector apresurado interprete, visto
valor, la “deuda” en una clave expiatoria y cristiana. Pero se
equivocaría: no es lo menos perspicaz de este libro el dejar la
“deuda” como flotando en el aire.
Reconocido,
con todo, el valor, incluso sin hipocresía podría alguien rechazar
el género apelando a lo mismo: deshistoriza, convierte en personal.
Aquí entra, y es lo menos, la pericia del ensayista-poeta. Pues
personal es la lírica mala, como la moral y la economía degradadas:
será del que habla, pero el que habla no importa personalmente y
menos que nadie a sí mismo. “Ese tú soy yo”, reversiblemente, y
en eso mismo comparece lo realmente importante de la historia, que es
el ser historia de algo que, en vista de “Auschwitz”, resulta
estremecedor y necesario llamar la humanidad. Hay más. Y es que el
horror es en en este caso una serie (¡infinita!) de prendas del
horror absoluto, algo que, dice J. Jorge Sánchez, debe haber aunque
no pueda haberlo. Entonces se agolpan los motivos de tratar de ello,
aunque tampoco se pueda, en poesía. Es “un margen más allá del
cual / el absurdo se vuelva nada” y en esa extremidad suya, por
mucho que le acompañe un vértigo que sólo en él nace, ese
“margen” central es como aquellas otras coordenadas imposibles en
que la poesía se nos ha venido haciendo inevitable: la “naturaleza”,
el “tiempo” o la “muerte”. Antes quizá que “una vara de
medir”, son unos límites, unas condiciones de nuestra vida. Ser
condición de algo implica que, de faltar, ese algo no es posible. Si
no tenemos delante a “Auschwitz” no podemos ya estar realmente
vivos: no es que no haya poesía después, es que no hay nada, y que
por tanto nuestra “deuda” con las víctimas es tanto más
inagotable cuanto que por ella existimos. ¿Cómo puede haber algo
después de la aniquilación? Réplica: no estamos después.
Y
ahora, en ese ahora debe penetrar el lector.
Carlos
PIERA"