21 de julio de 2012.
Como si la aguda percepción de la "distancia histórica" que presidió las impresiones de la jornada anterior resultara en exceso incómoda, la visita al
Palazzo Pitti y a su museo, la
Galleria Palatina, me parece dominada, en su inicio, por la búsqueda de aquellos elementos estéticos susceptibles de salvarla y aproximarnos a aquellos atributos que parezcan susceptibles de ser tomados como "universales".
Sin embargo, la "comunidad estética" pronto se muestra en su aspecto más ilusorio: escaleras majestuosas, techos de lujoso artesonado y mobiliario suntuoso desvanecen con rapidez la idea de una universalidad latente en la experiencia de la belleza que uniría a todos los seres humanos. Más bien se abre camino con crudeza la aprehensión de la estrecha relación entre arte y lucha de clases o, si se prefiere, entre arte y dominación. La magnificencia del
Palazzo conduce pronto hacia su correlato: la miseria en la que vivían la mayor parte de los habitantes de la ciudad de Florencia en el siglo XIX, por ejemplo, que es cuando el techo más impresionante, el del
atrio dello scalone del moro, fue reproyectado y concluido.
En la galería de las estatuas, las de Caracalla, Marco Aurelio o Antonino Pio nos dan una oportunidad para abstraernos y tratar de tender esos puentes que se supone enlazan la República de las Artes y las Letras con las repúblicas mundanas y poco a poco sucumbe vuelve uno a ceder al espejismo de su existencia y se aleja de la perversa contingencia de la opresión, el crimen y la explotación.
En pintura, nuevos descubrimientos. El
Concerto de Tiziano; dos curiosos y poco conocidos paisajes de Rubens (
El regreso de los campesinos del campo y
Ulises en la isla de los feocios); la intensa cromaticidad del
San Pietro in lacrime de Reni aunque su
San Giuseppe resulte difícil de apreciar por una deficiente iluminación;
Las tres edades del hombre de Giorgione; la elegancia y el magnetismo del
Ritratto di Agnolo Doni de Rafael así como de su
Madonna della seggiola; la luz de la
Firma del tratado de Bruzzolo del decimonónico Bellucci y, por supuesto, los retratos de
Sustermans (de quien desconocía todo). También resultó interesante ver la muestra de pintura italiana de los siglos XIX y XX:
Fattori,
Focardi,
Achille d'Orsi,
Panerai o
Nomellini.
Un rápido tentempié tras ver centenares de cuadros y, en el cénit del día, con un calor asfixiante, un paseo por los famosos, y resecos, jardines Boboli que a Goethe le parecieron, en su tiempo, "deliciosos". En el ascenso, fragmentos de vista de la ciudad con la cúpula del
Duomo recortándose, majestuosa, contra el horizonte y una bella avenida de cipreses que, en primavera, debe ser gozosa pero que a más de treinta y cinco grados a la sombra hay que recorrer con la justa celeridad para no sufrir una lipotimia. La temperatura y la fatiga nos impiden disfrutar de los jardines como hubiéramos deseado.
Exhaustos, a la vuelta dedicamos el atardecer a comprar vinos en una especie de Vinateca próxima: un Chianti, y un Puglia, suceden a los Nero d'Avola y Barbera d'Asti de los primeros días. Todos ellos, especialmente el Puglia, resultarán fantásticos aunque más caros que sus homólogos españoles. De camino a casa, en un quiosco, una portada de la edición internacional de
El País alerta de que la prima de riesgo está en 580 puntos y de que decenas de manifestaciones salpican España. Preocupados y convencidos de que España será intervenida y de que las posibilidades de una revuelta social "a la griega" son enormes, recurrimos a la música clásica y al comentario de los cuadros vistos durante el día para huir del negro panorama que se dibuja: las típicas "serpientes de verano" periodísticas no pueden disimular el hecho de que la situación económica y social tiene ribetes catastróficos y nos sentimos sin fuerzas para abordarlo en toda su crudeza.