19 de julio de 2012
Tras dos días frenéticos nos tomamos uno de descanso para recuperar fuerzas. Por la mañana nos levantamos tarde, buscamos una panadería y nos conformamos con un bar en el que adquirimos bollería. Los supermercados quedan más allá de esta zona del casco antiguo, al otro lado del
Viale de cirunvalación (que a esta altura, la del
Piazzale Donatello donde hay un cementerio inglés, lleva el nombre de Antonio Gramsci). A mediodía, nos adentramos en esa
Firenze nuova para comprobar que podría pasar, perfectamente, por cualquier ciudad de cualquier país europeo: no vemos demasiado que nos parezca específico y singular.
Por la tarde, paseos por algunos parques próximos, en general un poco secos y descuidados. En el apartamento, al caer la noche, en lugar de poner algún canal utilizamos la televisión para sintonizar una emisora de música clásica de la RAI y cada uno se entrega a lo suyo. Uno aprovecha el rato de descanso previo a la preparación de la cena para seguir tomando estas notas y luego empezar uno de los libros del viaje: un volumen con
El héroe y
El político de Gracián que acompaña a la edición de Gredos de las
Meditaciones de Marco Aurelio (Goethe, como siempre, detrás: "me embarga el fortísimo deseo de leer a Tácito en Roma", p132).
Durante la cena un encendido debate acerca de la validez de la concepción aristocrática del goce estético como goce individual y solitario, como inmediatez del "cara a cara" con la obra de arte aparentemente perdido en estos tiempos de acceso democrático al arte.
¿Sigue siendo pertinente la oposición entre disfrute o goce y consumo? ¿El consumo excluye el goce? Estrictamente, ¿qué entendemos por "consumo" artístico? Si partimos de que el "consumo artístico" se caracteriza por el apresuramiento en la contemplación, el desconocimiento de las mediaciones que intervienen en la obra de arte, la elección estereotipada y el juicio
naïf , sí parece haber una cierta oposición entre acceso masivo al arte y goce estético.
Ahora bien, entre estos dos polos ¿no hay gradaciones, mixturas, fronteras lábiles? Por ejemplo, ¿no ha habido siempre una actitud "consumista" implícita hasta en el clasicismo? ¿No ha habido apresuramiento en la contemplación clásica? Pensemos en Goethe en Firenze: "Recorrí a toda prisa la ciudad, la catedral, el baptisterio. Aquí se me revela otra vez un mundo totalmente nuevo, que me es desconocido y en el que no quiero detenerme. Los jardines Boboli son deliciosos, salí de ellos tan deprisa como entré" (p123). ¿Y ha estado ausente el juicio ingenuo, el estereotipo o la ignorancia de las mediaciones? El
zappeo como actitud en el museo, el salto discontinuo de obra a obra ¿no ha funcionado siempre no sólo en el espectador sino como característica constitutiva de la misma exposición de las obras de arte? ¿Y qué decir de la adquisición de copias o reproducciones o el fotografiarse ante el monumento o la obra? También Goethe encargaba reproducciones y se dejaba retratar en lugares y paisajes...
Y por otro lado, ¿puede descartarse absolutamente la presencia del placer en los observadores participantes en el turismo artístico?
No hubo más conclusiones que una evidente ya apuntada en Pisa: en la época del culto aristocrático del arte nosotros cuatro jamás hubiéramos podido disfrutar de él. Habríamos sido peones, campesinos o artesanos sin, por ejemplo, posibilidad de contacto alguno con aquellas pinturas de Botticelli que colgaban de algunos salones de la nobleza florentina.
Y sin embargo, ese ideal aristocrático continua ahí, como aspiración, como modelo...