4 de mayo de 2014

Crónica de la Nueva Edad (04/05/2014)


El otro día, "Catalunya Vanguardista" publicaba una interesante entrevista con Gregorio Morán uno de esos escasos ejemplares de periodismo inteligente y crítico que todavía sobreviven entre los medios de comunicación de este país. Su juicio acerca del secesionismo catalán como modus vivendi para aquellas élites intelectuales vinculadas a la izquierda que se quedaron sin su parte del pastel tras la transición, sobre el trasfondo religioso del independentismo o la decadencia de la vida intelectual y cultural catalana le parecen a uno, con algunos matices, sensatas y hasta acertadas.

"A la vista de la cantidad de antiguos militantes de izquierda que hoy en día están en el independentismo ¿podría decirse que hemos renunciado a Marx para volver a creer en los reyes magos?
No creo, aunque es una formulación que no está mal pensada, además, me parece divertida. Yo creo que, en el caso catalán, lo mismo que en todos los nacionalismos, hay que ver sus características. Quizás sea más bien un tema de supervivencia. Aquí se ha constituido una especie de movimiento nacional que tiene una serie de ventajas indiscutibles, para quien esté dentro de él, desde el momento en que una parte importante de la llamada inteligencia catalana se ha hecho independentista. Porque en realidad, se han hecho funcionarios del estado nacional nuevo. Formar parte de la «Patum» tiene un montón de ventajas. Por lo tanto, no se trataría tanto de un desplazamiento de la izquierda tradicional hacia posiciones nacionalistas, sino que el nacionalismo está recogiendo todo lo que inicialmente había concentrado esta izquierda. También hay quien no tiene otra salida para ganarse la vida que integrarse en este movimiento nacional. Un caso típico sería el de la etapa final de Josep Benet, a quien conocí, y que fue patético.
Si has perdido, y aceptas las reglas del juego, te colocan, pero esta colocación tiene unas condicionesSi has perdido, y aceptas las reglas del juego, te colocan, pero esta colocación tiene unas condiciones. Benet que había sido el senador más votado de la izquierda en toda España, al final acabó convertido en un modesto funcionario que llevaba una biblioteca en las Ramblas. Eso tiene sus obvias servidumbres; siempre y cuando  fuera muy crítico en sus opiniones personales, pero moderado en las públicas, podía sobrevivir. Así pues, no se trataría tanto de conversiones como de formar parte de la «Patum».
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Tu último libro “La decadencia de Cataluña contada por un charnego”, es una compilación de artículos tuyos escritos a lo largo de unos cuantos años. En cierto modo, de su lectura podría colegirse que tal decadencia empieza precisamente con la obtención de la autonomía. ¿A qué atribuyes esta decadencia?
Sí, por cierto que con el título hay gente muy cabreada, porque eso del «charnego» se consideraba algo del pasado, olvidado y enterrado. Vamos a ver, la idea de una decadencia no significa que antes haya habido una época de esplendor, pero sí que algunas de las características de una sociedad, como la catalana en este caso, se han ido perdiendo de manera incontestable, la clase política, la discusión política…
La vida intelectual, por ejemplo, en este momento es mucho más pobre que al comienzo de la transición. Incluso es cuestionable, yo lo cuestiono al menos, que la inmersión lingüística haya favorecido al catalán, al contrario, yo creo que le ha quitado competitividad. Si cualquier escritor catalán está subvencionado por principio, o los periódicos, porque si no, no existirían, esto es un inconveniente. Cuando nació el «Avui», por ejemplo, la gente casi se mataba por comprarlo, pero claro, el entusiasmo duró quince días, lo que tardaron en percatarse que era infumable desde todos los puntos de vista. Lo mismo TV3, que tuvo sus momentos buenos, sus momentos regulares… pero claro, al ser un órgano público de gobierno, se instrumentaliza según las necesidades que tiene el poder. Y esto empobrece.
En este sentido, el término decadencia viene dado porque había, frente a una sociedad como, por ejemplo la madrileña, una vida mucho más rica. A propósito de esto, el otro día leí algo que en la transición hubiera sido impensable, pero que ahora con, estos «niñatos» independentistas, parece ser una constante. Se trataba una nota realmente memorable, en un recuadro casi editorial de La Vanguardia, que informaba sobre los límites de contaminación ambiental en Barcelona, peligrosos para la salud, que están superando todas las medidas; pero, eso sí, concluía la noticia: Madrid tiene más. O sea, que cuando te ingresen jodido por el asma, encima tendrás que estar contento porque, vaya suerte, en Madrid es peor. Esta especie simplicidades, que pertenecían al acervo más de Pitarra, para entendernos, esto, había desaparecido. Era una sociedad competitiva, culturalmente con unos progresos importantes. Ahora, en cambio, hemos vuelto a ello.
Los escritores de los últimos períodos de la transición no tienen comparación con la cantidad de idiotas que han venido después, que los leen en sus casas y, además, como tú sabes muy bien, las escuelas tienen la obligación de comprar sus libros, así venden, organizan sus charlitas y coloquios… a todo esto es a lo que me refiero cuando hablo de decadencia.
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En un artículo reciente, decías refiriéndote a la clase política catalana, “en realidad no han cambiado más que cargos y lugares, pero las personas siempre se mantienen la mismas” ¿El país no da más de sí?
Este es un país singularísimo, con singularidades divertidas, pero alarmantes.  No hay que olvidar que Jordi Pujol, cuando sale de la cárcel, no crea un partido, crea un banco, algo inédito en la historia de la humanidad. No conozco a nadie que cuando sale de la cárcel como luchador por las libertades de su pueblo, cree un banco. Quizás en Azerbaiyán haya algún caso parecido, pero en el Occidente conocido, no.
Desde luego, la clase política se ha deteriorado muchísimo, a unos niveles deplorables. Sólo hay que ver las edades… Si vemos algún joven en política es porque es un trepa y no tiene ninguna otra posibilidad más que ser un trepa. Ello es válido para la política catalana y para la española. Pero esto, que es obvio, se considera una particularidad nuestra. La clase política catalana es lo más similar que se pueda uno imaginar a la clase política española. Por eso se llevan tan bien, además, fuera de las discusiones aparatosas que gustan tanto a la gente, son muy parecidas."

La entrevista aquí.

Aunque las generalizaciones sobre "catalanes", "vascos" y "españoles" de la entrevista deben ser tomadas siempre con precacución, Morán ofrece una descripción desapasionada y atractiva de la situación actual en Catalunya y España a partir de la cual es posible evaluar con una cierta ecuanimidad el escenario en el que nos estamos moviendo. Otra cosa es que alguien lo tome en cuenta...

Por otra parte, respecto a este escenario, El País publica un artículo en el cual se da a entender que aunque la tensión política en Catalunya ha aumentado todavía no ha llegado a un estado de crispación sin retorno posible y descarta que estemos ante un conflicto "a la vasca". Es el empeño del periódico: mostrar que no se ha rebasado el punto crítico y que la solución federal aun es posible. Ahora bien, cabe dudar realmente de que no se haya superado esa línea imaginaria pero también muy real, fáctica, empírica, constatable, que evitaría un conflicto armado de mayor o menor intensidad. En todo caso, lo que uno sí que estaría dispuesto a admitir es que, al lado de la variable del enfrentamiento violento al estilo vasco (el estado español "contra" grupúsculos más o menos numerosos de secesionistas armados, la perspectiva que uno cree más verosímil), también esta fermentando la posibilidad de una confrontación entre catalanes. Lo que una "diseñadora" declara, bajo otros supuestos, en el periódico madrileño es algo que se puede comprobar: hay bastantes familias catalanas, al menos en los ambientes en los que uno se mueve, en las que el "tema" ya no es objeto de conversación. Los ánimos están tan encrespados que se evita discutir sobre él para preservar los vínculos afectivos. Cuando eso sucede, algo que ocurrió en el Euskadi ya en los setenta, el enfrentamiento "interno" está más cerca de lo que parece. Aunque algunos quieran emperrarse en descartar cualquier similitud y resaltar las diferencias, que las hay, como siempre, eso no significa que quepa desautorizar la hipótesis de una parecida evolución. Señala el diario:

"De momento lo que sí parece muy lejos es cualquier paralelismo con el País Vasco. Pese a algunos intentos de vincular ambos procesos políticos por parte de sectores radicales de ambos bandos, muy pocos ven relación alguna. La empresaria y diseñadora de moda Paloma Santaolalla, afincada en Barcelona tras vivir muchos años en Euskadi, confiesa que el debate soberanista le incomoda por la división que puede generar en familias y amigos. “Es un debate que personalmente me agobia”, dice. Con todo, marca distancias entre Cataluña y el País Vasco. “Las dos situaciones están a años luz, por la ausencia de violencia pero también por otras cosas. No les veo relación alguna”.

Esa división, esa fractura, existe en la sociedad catalana hasta donde uno ve y no debería ser minimizada con tanta facilidad.

Por último, anotar que la estrategia secesionista todavía dominante, la de los no etnicistas y etnicistas moderados, sigue siendo inteligente y mostrando posibilidades de triunfar a medio o largo plazo en función de la situación internacional. Únicamente si se radicalizara y los etnicistas conquistaran la hegemonía absoluta en el movimiento la violencia estaría servida de un modo bien peligroso para sus intereses. Tiempo al tiempo.