Nuevo fin de semana en Madrid a cuenta de la presentación de
Las vidas de las imágenes en el bar-librería "La Marabunta" pese a que esta vez la ciudad nos brindó lluvia y frío en lugar del sol que hasta ahora nos ha acostumbrado a ofrecer.
El viernes por la noche, de la mano de Esteban Gutiérrez ("Baco") que ofició como maestro de ceremonias, y de Gsús Bonilla, que tuvo la paciencia de encargarse de los problemas de logística (que no fueron pocos), presentamos
Las vidas de las imágenes en "La Marabunta", un acogedor local de Lavapiés que suple con su encanto lo intrincado de su localización. Sin congregar a tanta gente como el de Barcelona, el acto no fue un fiasco como el de Valencia y fue un placer ver entre el público, junto a poetas consagrados (Ana Pérez Cañamares, Ángel Guinda o Gsús Bonilla) y a otros que alborean (David Vázquez o, ¡sí!,
Jorge Sánchez López, mi homónimo - eso sí, más joven y con más cabello, vaya por delante -), a absolutos desconocidos que siguieron siéndolo una vez acabada la lectura. Unas cervezas y empanadas después, en ese barrio de la República de las Letras que atraviesa el Madrid de mis "amigos literarios", uno tuvo la impresión de que si,
como leía el otro día en el cuaderno de Eduardo Moga, hay - o debería haber - una relación entre "enemigos literarios" y relevancia de la obra literaria, la que haya entre los "amigos literarios" y ésta, aunque seguramente es casi inexistente debido a la superioridad de la fuerza de lo negativo (Hegel), en aquellos otros sentidos más vinculados a la experiencia inmediata de vivencia de lo cotidiano puede llegar a ser tan intensa como para justificar esta probable carencia.
Al día siguiente nos esperaba una exposición de Cézanne que resultó decepcionante por la ausencia de una gran cantidad de obras fundamentales. Comparativamente, la muestra de su amigo Pissarro, que vimos hace poco, fue realmente representativa. Aquí, el esfuerzo de los organizadores por dar coherencia a la colección mediante la oposición "
site/
non-site", que podía haberse explicado más llanamente y con menos esnobismo postestructuralista en términos de "naturaleza viva/naturaleza muerta", acababa revelando la falta de demasiadas obras de su trayectoria. Es la segunda ocasión que una exposición en el Thyssen se muestra, al gusto de uno, como escasa y artificiosa. No sé si la institución de la baronesa ha consumido todo el crédito pero poco le falta teniendo en cuenta los precios que cobra.
Atendiendo la recomendación de mi querido Esteban, buscamos redención del disgusto con un estupendo cuarto de cordero asado acompañado de un gran Ribera del Duero, sugerido por Robert ya hace muchos meses, en un conocido restaurante de la ciudad. Unas verduras más flojas y un sorprendente sorbete de manzana con sidra les acompañaron dando inicio a una segunda parte de la estancia en Madrid presidida por el buen comer y el no menos importante buen beber. También hubo tiempo para otras actividades como la compra de libros de editoriales que apenas llegan a Barcelona (Origami o Baile del Sol), paseos o una visita a las casetas de la Cuesta de Moyano donde hallamos una antigua traducción del
Para qué sirve la literatura (¡qué pregunta!) de Sartre y Simone de Beauvoir que adquirimos como curiosidad arqueológica.
Ahora, a esperar la próxima oportunidad.