J., un viejo compañero, me escribe a propósito de este cuaderno. Dice alabar el "intento de equidistancia" que preside el trabajo de uno y lo califica como un "ejercicio de honestidad intelectual pese a que, lamentablemente, está condenado al fracaso porque siempre hay que acabar tomando partido". Sin embargo, al lado de estos halagos, protesta (uno estaría tentado de decir, "airadamente") por la crítica que sufre la izquierda compañera de viaje del proyecto secesionista máxime cuando es tildada por aquí de "tonta útil" y añade: "El rechazo de los empresarios a la independencia demuestra que ahí hay un contenido progresista que no podemos ignorar si somos de izquierdas". Algo así como "si el empresariado está en contra es que ha de ser bueno". Y uno, al leer las palabras del bueno de J., no puede evitar pensar que:
a) cada vez tiene menos claro que sea de izquierdas tal y como lo entiende J. Seguramente uno comparte más postulados de la izquierda "realmente existente" que de la derecha pero no muchos más pues no hay tantas diferencias entre ambos "polos": en el ámbito de "lo político" siempre han estado más cerca de lo que parece y en el "la política" que, insisto, no se corresponde con el primero, hoy día las distancias también se van acortando;
b) por otro lado, una parte de los empresarios, la que representa a los mayores negocios, se ha manifestado, ciertamente, en contra de la independencia de Catalunya, pero otras patronales de la pequeña y mediana empresa coquetean cuando no apoyan abiertamente el proyecto secesionista: ¿son más progresistas o revolucionarios los pequeños empresarios que los magnates? Uffff!!! Ya estamos con esos juegos de manos de la escolástica revolucionaria y sus distinciones
ad hoc que tanto daño han hecho a los movimientos de emancipación occidentales;
c) finalmente, plantearse la acción política en términos de "quien está contra quienes yo estoy es, automáticamente, mi camarada y mi aliado", es una vieja costumbre de la izquierda que ha producido nefastos resultados: las alianzas nacionales previas a la I Guerra Mundial, la colaboración objetiva, aunque no subjetivamente experimentada como tal, entre comunistas y nazis para el socavamiento de la República de Weimar, la comprensión del pacto germano soviético de 1939, los "Frentes Populares" o los apoyos a los regímenes totalitarios que desafiaban el imperialismo norteamericano, independientemente de su carácter tiránico, por citar algunos ejemplos, ilustran históricamente las consecuencias de este inveterado hábito que parece consustancial a la izquierda de origen marxista.
Y es justo esta penosa mezcla de estrafalario análisis "dialéctico" y tacticismo uno de los motivos principales que ha conducido al estado de postración actual de una izquierda impotente ante el desarbolamiento del estado del bienestar y el recorte de los derechos civiles. Esa izquierda, que es incapaz de organizar una protesta masiva e inteligente contra, por ejemplo, el proyecto de reforma de ley del aborto del gobierno del PP, es la hija del tacticismo de aquellos "viajes con acompañantes" que, al final, acaban en un tren con los vagones repletos de entusiastas revolucionarios a los que se les había vendido un billete para el paraíso parando en la rampa de un
Lager o en las alambradas de un
Gulag.