De lo que ha sobrevivido en los últimos días cabría destacar, en primer lugar, la apertura de una vía de posible solución con encaje legal que atenuaría el impacto del "choque de trenes" a corto plazo propuesta por el portavoz del Govern de Catalunya, Francesc Homs, al admitir que tras una consulta catalana debería preguntarse a los españoles. Es evidente que esta posible vía se topa con las
paradojas del referéndum que Xavier ya denunció hace tiempo pero lo importante es que desde CiU se hace un gesto que, sin embargo, llega demasiado tarde: en la modesta opinión de uno, el gobierno español se siente insolentemente fuerte en parte por el mal cálculo de fuerzas realizado por algunos secesionistas. En este sentido, las declaraciones de Felipe González en su "cara a cara" con Artur Mas, acerca del rechazo que suscita el secesionismo catalán en la Unión Europea, no pueden ser desatendidas por quienes, inicialmente, plantearon la sustitución de la tutela española por la europea y manifestaron su amor a Europa a la vez que su rechazo a España. Las señales que envían los centros de poder europeos parecen, de momento, inequívocas: de independencia "ni hablar". El modelo de la CUP, al menos, no padecía de este voluntarismo autocomplaciente y por ello su riesgo, así como evidentemente su atractivo, era menor. Con todo, harían bien los españolistas en no lanzar las campanas al vuelo: cualquier día la correlación de fuerzas puede cambiar o, más sencillo, interesarle a la superpotencia o alguno de sus sirvientes, el fraccionamiento del estado español. Si eso sucede, sus ínfulas no les servirán para nada y su castillo se desmoronará como tantos otros hechos de naipes.
Por otra parte, la campaña de descrédito contra el dúo humorístico "Los morancos" lanzada por los medios nacionales españoles ofrece una muestra de que no se puede hablar de un aletargamiento del nacionalismo español que podría ser despertado por el desafío secesionista: aquél está vivito y coleando y goza de buena salud. Cuando Felipe González advertía en el encuentro citado que, de empecinarse en la celebración de la consulta, se le podía despertar, estaba acudiendo a una vieja táctica de una parte de la izquierda española: identificar el nacionalismo español con la versión montaraz de la extrema derecha para ofrecerse como defensores de la pluralidad o, peor, como no nacionalistas, proponiendo cosméticas reformas que en poco disminuyen el poder del estado español en Catalunya. Hoy en día el nacionalismo español o es montaraz o se presenta como tan moderno que, en realidad, se borra a sí mismo en un gesto hegeliano de constatación aparentemente neutra y desapasionada: "es lo que hay" y esto que hay es racional. Tan sólo el federalismo radical, siempre muy minoritario en España, ha ofrecido una versión moderada del nacionalismo español aunque la mayoría de las ocasiones con una pátina paternalista difícilmente soportable.