En
julio de 2012, ya ha pasado suficiente tiempo como para que sea hasta
demasiada "intempestiva" esta crónica, emprendimos un viaje a Italia.
"Otro" de tantos. El segundo para Cláudia y para uno, el primero para
Esther y Marc pero, en realidad, el enésimo incontable de tantos: "otro"
en una larga lista pues el viaje a Italia, desde Goethe y la literatura
burguesa del XVIII y el XIX, es el viaje de formación por antonomasia.
Hay,
de hecho, un cierto género del "Viaje a Italia" como viaje formativo
propio de la literatura europea que, en líneas generales, apenas se
aparta de las establecidas por Goethe en la narración de su viaje y que
respetan, por ejemplo, Shelley, Keats, Forster o Hesse. Incluso Dickens,
que en sus
Estampas de Italia parece alejarse de este modelo, no puede dejar de rendirle tributo aunque sólo sea mediante su negación.
Por
un lado, el viaje italiano goethiano sirve para sentar las bases de una
cierta conciencia epistemológica. A través del reconocimiento de que lo
aprendido es encontrado tal y como se transmitió, el conjunto de
referencias culturales heredadas como pertenecientes a una tradición que
formula unos determinados marcos de comprensión de la realidad se
muestra como real, como válido, como empíricamente consistente y ayuda a
fundamentar una confianza razonable en la comunidad de conocimiento
levantada durante generaciones y traspasada a los nuevos miembros.
Por
otro, también albira un salto en la conciencia estética a partir de una
aparente contemplación
"inmediata" de las obras de arte que, al situar al viajero en cuanto
espectador más allá, y más acá, de su reproducción en libros o copias,
es susceptible de suministrarle un indiscutible "plus" mediante el cual
refinar su juicio de gusto.
Asimismo, la conciencia
temporal e histórica, encuentra en el viaje a Italia una ocasión
ejemplar para consolidarse: el juego de continuidades y discontinuidades
entre la antigüedad romana y el momento de la contemporaneidad del
viajero le permite adquirir un repertorio de matices que pueden ir desde
el relativismo más radical al universalismo más compacto y,
consecuentemente, fortalecerla.
Por último, la
conciencia moral da un nuevo salto a partir de la mirada "antropológica"
sincrónica. De la observación de los tipos, costumbres y formas de vida
de los habitantes de la Italia contemporánea extrae el viajero la
oportunidad de evaluar, en su complejidad, el juego de una "naturaleza
humana" que puede ser negada, afirmada o quedar en suspenso con sus
inevitables implicaciones morales.
Al menos estas cuatro estructuras de la conciencia que se ensamblan en el
Viaje a Italia
de Goethe y, por extensión, forman parte de la mayor parte del género
del viaje formativo que la tiene por destino, estaban ya por detrás de
nosotros antes de partir, dirigiendo de alguna forma el viaje. Por eso,
en realidad, nuestro viaje a Italia no era mucho más que "otro" viaje a
Italia.