A principios de noviembre encontré en "La Central" la biografía sobre Derrida de Benoît Peeters que dio origen a esta larga nota. Como en su momento la de Didier Eribon sobre Foucault o la de Ott sobre Heidegger, uno no pudo resistir la tentación de gastarse los más de cuarenta euros que cuesta para saber más acerca del "ser humano" que fue Derrida y, sobre todo, para juzgarlo en relación a su obra tal y como en su momento realizó con aquéllos. Un juicio inevitable y necesario dado el tiempo de existencia que uno le ha dedicado y que también ha llevado a cabo con todos aquellos escritores destinatarios de cantidades ingentes de tiempo (además de los ya citados, T.S. Eliot, García Márquez o Tolkien, por ejemplo).
Es evidente que la razón de este
pathos fundamentador tiene que ver con la evaluación del tiempo empleado de una manera que excede los aspectos profesionales o estéticos. La relación entre biografía, obra del autor y tiempo invertido por uno en su lectura afecta al "sentido" de lo ya perdido, a su valor para el que ha dilapidado fragmentos extensos de su existencia en sus palabras. Cierto es que la biografía siempre esboza una cara que no coincide con la multiplicidad heterogénea de cualquier vida pero los datos que aporta y las interpretaciones que de ellas hace el biógrafo son más una ayuda que un obstáculo incluso cuando cuando se trata de palmarias hagiografías. Y si nos encontramos ante uno que trata de no escatimar datos o detalles en beneficio de componer una imagen incompleta pero compleja y prudente del personaje como es el caso de la que realiza Benoît Peeters, la contribución es excelente.
Y de la aportación de Peeters surge un Derrida más cercano a Heidegger que a Foucault en la modesta valoración de uno. Si después de leer la hagiografía de Eribon y poniendo entre paréntesis algunas de sus afirmaciones o contrastándolas con las severas opiniones de, por ejemplo, Julia Kristeva, uno halló una proximidad reconfortante entre vida reconstruida, obra leída y experiencia propia que podría expresar con la frase "su vida estaba a la altura de su obra", cuando leyó la de Heidegger no pudo menos que pensar cuánta distancia había entre la belleza de su obra y la riqueza de su reflexión y la pobreza, banalidad y mezquindad que dominaron su actuación vital: no se merecía haber escrito
Sein und Zeit. No diré que Jacques Derrida no se mereció escribir los textos que escribió pero no estuvo a la altura de ellos en más ocasiones de las que uno jamás había sospechado: en demasiadas. No es agradable acercarse al conocimiento de los intersticios de su enmarañada política institucional, a su búsqueda de nichos de poder para expander su
corpus teórico y colocar a sus seguidores y amigos e incluso a él mismo en posiciones dominantes, a sus actitudes serviles en muchos momentos e interesadas en otros orientadas hacia la acumulación de capital simbólico, a la utilización a veces abusiva de las adulaciones y el compromiso de los otros a través de la lógica de los favores...
En palabras de Bernard Pautrat: "Más allá de lo que haya podido decir, Derrida alentaba a sus allegados a comportarse como discípulos y privilegiaba una forma de mimetismo... me costaba un poco soportar sus quejas incesantes: 'Si supieras... no tengo ni un momento para mí... etc.', cuando era evidente que él había hecho todo para construirse esa vida de agitación y gloria" (p400)
Sí, estuvo Mandela, la defensa de los escritores checos, su crítica a las diversas formas de totalitarismo, su voz inquebrantable contra los excesos imperialistas estadounidenses, etc. Sí. Mas uno jamás hubiera esperado pequeñas miserias, tan propias de Heidegger, como proponer que el orden de los autores de un volumen colectivo comenzara alfabéticamente a fin de privilegiar a su amante, Sylviane Agacinski, cuya primera publicación se valorizaría mucho más así. Y lo hizo transvistiendo su interés por medio de retórica deconstructiva:
"¿Se plantearon la pregunta sobre el orden de los textos en el volumen? Por mi parte, insatisfecho por cualquier elección que suponga una interpretación o una puesta en perspectiva, estoy fuertemente tentado por el orden alfabético de los autores, cuya arbitrariedad suspende la cuestión del orden semántico o sistemático. Y, además, de esta manera, comenzaría por el nombre menos 'público', cosa en la que veo muchas ventajas" (p327).
¡Por favor! Claro que veías muchas ventajas, Jacques, claro...
En fin... Con todo, seguirá siendo, siempre, uno de mis fantasmas preferidos...