Hace días que los servicios de limpieza del Ayuntamiento no pasan por la calle. El resultado es que, en un día de lluvia fina pero constante como hoy, la acumulación de pequeños islotes de barro, excrementos de perro (no tan diminutos), ramas caídas de jacarandas y charcos de agua sucia, convierten el caminar en un ejercicio complicado: hay que andarse con tiento y mirar antes de dar un paso, algo así como en la Catalunya de hoy día.
El otro día hablaba con L. una independentista "sentimental", como dice ella. Hace muchos años que profesa esta fe inquebrantable pero también, como persona prudente y razonable con formación marxista que es, desconfía de la clase política, de las élites mediáticas y de los movimientos de los "poderes" económicos que se ocultan - o se amparan - en los nacionalismos. Coincidíamos de entrada en que, objetivamente, la situación actual de tensión, aceleración y "choque de trenes" irresoluble conviene tanto a la clase política española como a la catalana.Mas también, y pese a nuestras divergencias "ideológicas", acabamos coincidiendo en que sería posible un acuerdo de sano sentido común que permitiera dar carpetazo al "conflicto" y que ese acuerdo, precisamente, devaluaría el discurso nacionalista de ambos bandos, de modo que la mirada de los ciudadanos podría recaer en los lugares donde ambos bandos precisamente intentan evitar que recaiga.
En síntesis, la solución nos pareció sencilla si hubiera "buena voluntad":
a) una reforma de la Constitución que no consagre la "indivisibilidad" de España y que permita la posibilidad de secesión de las llamadas "nacionalidades históricas" reconocidas como naciones susceptibles de convertirse en estados (o no) federados con España: Catalunya, País Vasco y Galicia; y
b) el establecimiento de unas condiciones inequívocas y escritas para esta secesión: mayorías claras, negocación obligada de las condiciones de la separación con interposición de diversos procedimientos de arbitraje jurídico y político en diferentes instancias (estatales unas, europeas otras), etc.;
Estas dos "simples" medidas permitirían una estructuración federal que simplificaría el absurdo estdo de las autonomías; consagrarían el principio del respeto a la legalidad y, asimismo, la posibilidad pactada de su transformación para cualquier "contencioso" nacional entre España y las otras tres naciones; y desarmarían tanto las mistificaciones del "independentismo para mañana" al introducir el factor tiempo y la gradualidad como elementos básicos para decisiones que minimicen el sufrimiento posible, como las del "unos pocos se lo quieren llevar todo", al establecer indudablemente las mayorías indiscutibles que avalan más allá de gritos, aprtidos y medios, una propuesta política legítima.
Así concluimos. Con pesar, L. sentenció: "Esa opción, de todas formas, convertiría la independencia de Catalunya en algo imposible. Hay mucho
botifler (catalanista unionista)". Y ahí surgió la duda, que, no obstante, solventó con rapidez: "Bueno, de lo que se trata es de que se pueda hacer". "Si la gente quiere" apostillé. "Claro, si quiere", concedió.
La conversación no duró más de quince minutos: menos de lo que uno ha tardado en recogerla aquí.