8 de enero de 2014

Crónica de la Nueva Edad (08/01/2014)


El profiláctico filtraje de las noticias histéricas de los diversos medios al servicio de nacionalistas españoles y catalanes le ha dado a uno la suficiente cobertura como para reducir el vocerío navideño a tres o cuatro impresiones. De estas semanas navideñas cabría destacar:

a) en primer lugar la admisión, por fin, por parte del ínclito Artur Mas de que la secesión de Catalunya implicaría, automáticamente, la salida de la Unión Europea. Ha tardado mucho en reconocer una obviedad: ha preferido mentir en beneficio de la consolidación de la fuerza del movimiento, lo cual no augura nada bueno. Evidentemente, Catalunya debería pedir su ingreso no sólo en la UE sino, como ya advirtió en su momento Jaume Duch, en la ONU para no hablar de la OTAN en la cual, además, Catalunya debería ingresar con algún tipo de Ejército como queda claramente establecido en los principios fundacionales de la Carta del Atlántico Norte:
"'Para volver a entrar hay una serie de requisitos que usted no cumple el primer día', puesto que debe ser un Estado de las Naciones Unidas y conseguir el apoyo de dos terceras partes de su Consejo de Seguridad sin el veto de ningún país, tampoco de Francia, ha puntualizado.
Al preguntársele si Francia podría vetar a Catalunya, Jaume Duch ha respondido: 'No digo nada, pero los países son los que son". Además, debería lograr 28 acuerdos de los 28 gobiernos de los miembros de la UE en una conferencia intergubernamental de todos los países, las ratificaciones de sendos parlamentos y la posterior ratificación del europeo. "Si hubiera una voluntad universal eso sería posible, pero, sinceramente, no veo que sea una cosa tan sencilla o que sea para la mañana siguiente', ha alertado";

b) sostener, con todo, que seguiríamos en el euro (con menor poder todavía que el ya escasísimo que tiene Catalunya en el seno de España hoy día) es una nueva muestra de que el modelo del "Batustán" que tantas ampollas levanta en algunos secesionistas, no es ningún invento unionista ni españolista sino una posibilidad bien real fruto de la obstinación de Mas y sus asesores o, peor, de alguna que otra aviesa intención. Al menos, como ya dijo uno en su momento, la CUP es consecuente: independencia, Països Catalans y nada de Unión Europea ni euro;


c) la carta con la cual el president ha querido "internacionalizar" el conflicto no parece haber sido precisamente un éxito rotundo. Las prisas acostumbran a ser malas consejeras. Es probable que hubiera sido más razonable esperar antes de lanzarse a la plaza y cosechar de buenas a primeras la falta de respaldo de Francia, Alemania o, especialmente, Estados Unidos. Parece que algunos líderes secesionistas siguen creyéndose sus propias fabulaciones entre ellas la de que España no es reconocida como un estado democrático de pleno derecho, que las organizaciones internacionales reemplazarían con gusto a los vagos españoles por los laboriosos catalanes o que la correlación de fuerzas entre ambas parte es, más o menos, equiparable. Errores de bulto que pueden dar al traste con el proyecto (¿o es lo que, en realidad, como muchos siguen sosteniendo por aquí, pretende Mas?);

d) la anestesia que genera la toxicidad del discurso nacionalista sigue impidiendo movilizaciones y protestas que deberían activarse ante medidas como, por ejemplo, la espectacular subida - que en algunos casos ronda el 10% - del precio del trtansporte público en Barcelona: "Es normal, no tienen dinero. De algún lugar tendrán que sacar lo que España nos roba" le espetó a uno un comerciante el otro día a propósito del asunto. El nacionalismo dificulta hasta llegar a negar las reivindicaciones de los asalariados y, en general, de la sociedad civil en términos de derechos;

e) por otro lado, los editorialistas de El País se quejaban amargamente hace poco de la falta de serenidad y argumentación en el debate envidiando a escoceses e ingleses pero es que, en rigor, no hay tal debate, al menos fuera de Catalunya (y dentro se oye muy poco a unionistas y españolistas): o se ignora olímpicamente el reto secesionista o se lo menosprecia, de forma similar a cómo los secesionistas ignoran la existencia de facto del estado español.