Uno detesta la palabra "exactitud" (y sus diversas variaciones) y más en un poema. No es, tampoco, un concepto agradable. Sin embargo, hoy no he podido por menos de utilizarlo ante la hermosa tarde que se ha desplegado sobre Barcelona. Amarillenta luz, profundidades diversas en las calles, verdor expresivo de tilos y rosales y exactitud de los contornos.
Anoche, cena en casa de X., con F., F. R. y R. Gambas al ajillo, pulpo de feria y un
rossejat de fideos regados con vinos del Montsant y el Priorat. Después, larguísima tertulia sobre educación, política y física y filosofía: parece que hay una corriente naciente que no sólo pone en duda la versión tosca del principio de indeterminación de Heisenberg ("el observador altera lo observado") sino su formulación rigurosa. Fue un contrapunto agradable a un largo debate presidido por el pesimismo: en opinión de la mayoría de los presentes, el fascismo llama a la puerta en la confrontación Catalunya-España.
Esperemos equivocarnos.