28 de mayo de 2013

"Antropólogos inocentes" en educación


Recoge Alvaro Valverde en su cuaderno unas apreciaciones de Emilio Lledó, por quien uno, lamentablemente, siente poco aprecio. Es cierto que la mayor parte de la culpa de esta criticable actitud no la tiene el señor Lledó sino sus discípulos y alumnos que coparon, bajo su amparo, todas las plazas posibles de Historia de la Filosofía en la Universitat de Barcelona, con más que discutibles resultados y le hicieron pasar a uno cinco años perfectamente prescindibles.

Pero no es el padrino Lledó el que ahora me ocupa sino el "antropólogo inocente" que, sibilinamente, participa del paradigma pedagocrático paleoprogresista según el cual la autoridad es algo perverso que el docente no debe poseer más que en la escasísima medida en que se la otorguen sus alumnos: "En relación con la educación y la autoridad, de la que algunos políticos han hablado, con poquísima autoridad por cierto, tengo que contar una reciente experiencia. Con motivo de la VII Semana del libro de la Biblioteca Pública Municipal de Salteras, ese precioso pueblo, próximo a Sevilla, donde nacieron mis padres, he tenido un encuentro, con alumnos y profesores, en uno de sus colegios públicos. Como creo que el ser humano es lo que la educación hace de él, y como creo profundamente en la igualdad de la educación, en la educación pública, el recuerdo de ese encuentro me acompaña todos estos días. Un colegio alegre lleno de la luz que me transmitía no solo las claras paredes, adornadas de dibujos, propuestas de alumnos, manifestaciones de sus inquietudes e ilusiones, sino el diálogo con ellos, la entrevista que me hicieron, la libertad que irradiaba la educación que estaban recibiendo."

Et in Arcadia ego! Que bella estampa! Uno no acudirá a la retórica cavernícola de la ultraderecha con todo aquello de los kolkhoses y las escuelas cubanas, los pioneros y bla, bla, bla. No, no se trata de eso.

Se trata de que este señor mira con la peligrosa, por imprudente ("boba" dirían algunos entre los que todavía no me encuentro), "inocencia"que denunciaba Nigel Barley en El antropólogo inocente. Uno sólo le pediría a este padre protector de una gran, por su tamaño, generación de docentes universitarios, que se pasara por alguno de los institutos de secundaria del extrarradio barcelonés y observara a las docentes vejadas e insultadas, a los docentes próximos a la jubilación roncos del esfuerzo por intentar que sus alumnos apaguen el móvil o dejen de comer en clase, o a aquellos otros que sufren insolencias y desprecios diariamente por su condición de interinos, su falta de carácter o su bondad. Veríamos dónde queda la Arcadia esa...

Cómo le gustaría a uno ver al señor Lledó entrevistado por Kevin, Vanessa y Jonathan, de los cuales, todo sea dicho, uno guarda un buen recuerdo pero sensatamente alejado de ese mundo pastoril en el que el profesor de filosofía se recrea. Disfrutaría, seguro.

No hay enseñanza sin reconocimiento de la autoridad del docente y este reconocimiento no puede ser una concesión del discente, aunque sólo sea porque durante los primeros días de clase esa autoridad ya debe estar en funcionamiento...

P.D: Qué diría el pobre Marx o, mejor aun, el denostado Engels...