Cuenta Esther que en su Instituto se celebró un claustro extraordinario la semana anterior a la convocatoria de la huelga general de la enseñanza del 9-M. Acudieron los alumnos, invitados al parecer por algún profesor imbuido de espíritu revolucionario, para pedir el apoyo de los profesores a aquella Huelga General, primer paso para, nada más y nada menos, que algo así como "una revolución", según uno de los jóvenes. Hay que decir, de paso, que el chico es recordado por algunos docentes del centro por su actitud despreciativa e insolente
en clase y su falta de rendimiento intelectual - seguramente a causa de
algún tipo de elevado intelecto que el sistema "castiga", supone uno. A la hora de concretar el apoyo solicitado resulta que el movimiento insurreccional debía comenzar el 8 por la noche con un encierro en el edificio y, a la mañana siguiente, seguir con un piscolabis "de hermandad" entre profesores y alumnos. La junta directiva "invitaba" a los profesores a participar del evento y mostrar su compromiso y solidaridad con la lucha. Así, como suena. Tan
cool...
Tiene uno la sensación de que si al pobre Lenin le hubieran explicado que a través de unos muy saludables
happenings de confraternización (se daba por supuesto que el alcohol no circularía...) se aspiraría a desencadenar el proceso revolucionario, no habría podido contener una sonora carcajada.