22 de mayo de 2012

Recordando a Wolfgang Harich (y II)


La recepción de Harich no fue nunca demasiado entusiasta. Los marxistas de tradición centroeuropea y los eurocomunistas le reprochaban su supuesto neoestalinismo (como hizo Manuel Sacristán en el "Prólogo" a ¿Comunismo sin crecimiento?) y su rechazo del componente utópico de la Idea Comunista, amparado en afirmaciones como éstas:

"En el sistema finito de la biosfera, en el que ha de integrarse el comunismo, la sociedad humana sólo puede encontrarse en una situación homeostática duradera, la cual no permite ni la prosecución de la dinámica del capitalismo o del socialismo, ni una libertad sin límites para el individuo. Cualquier idea acerca de la extinción futura del Estado es, por tanto, ilusoria" (trad. de Gustau Muñoz, p192).

Tampoco los marxistas ortodoxos de obediencia soviética, ni los anglosajones, soportaban su rechazo de la idea del crecimiento constante, de la concepción del comunismo como reino de la sobreabundancia y su pertinaz defensa del comunismo de la limitación, del racionamiento, de la carencia. Finalmente, una buena parte del naciente movimiento ecologista abominaba de la tradición marxista y, en consecuencia, Harich no era bienvenido en sus filas.

A los demás, las ideas de aquel comunista frío y desmotivador nos sonaban razonables pero indigestas. Puestos, preferíamos la verborrea del otro teórico innovador del pensamiento marxista originario de la DDR, Rudolf Bahro, próximo a las tesis del Marcuse final y también ecologista además de reconocido antiestalinista. Más que nada porque Bahro era un optimista y no un "cenizo" como Harich. Bahro hablaba de "excedentes", de "construcción", de "individuo", de "producción", de "desarrollo"... En la "Introducción" a La Alternativa en Europa Oriental. Una contribución a la crítica del socialismo actualmente existente escribía:

"La paz sólo podrá conquistarse, la elevación ulterior del hombre como especie y del individuo sólo podrá asegurarse, cuando desaparezcan las desigualdades de desarollo en cada país y en el mundo entero" (trad. de Gustau Muñoz, p15).

Eso sí nos placía.

Mas ahora, con el paso de los años, la gélida y lúcida prosa de aquel comunista incómodo que era Wolfgang Harich aun resuena, aunque lejana, en los oídos de uno mientras que la de Bahro hace tiempo que permanece, inmóvil, en los anaqueles de la biblioteca.