5 de noviembre de 2010

5 de noviembre de 2010: Crónica intempestiva de un viaje (XIII). Das Sowietische Ehrenmal (Tiergarten)


29 de julio de 2010. Primera parte.

"Por la mañana nos levantamos dispuestos a ver, ya, el Reichstag. Nuestro segundo intento. El primero, el día que dedicamos al Berlin monumental, se frustró debido a la enorme cola que estimamos en más de una hora de espera según el indicador orientativo dispuesto a tal efecto a la entrada del edificio. Una hora y media después el segundo había resultado, igualmente, infructuoso. Esta vez el obstáculo fueron las tareas de limpieza y mantenimiento de la cúpula diseñada por Norman Foster. Podían visitarse otras dependencias, incluida la sala de plenos, pero no la famosa cúpula. Y como los dos ejes de mi pasión por visitar el lugar eran la obra de Foster y la visita a la azotea para lograr la misma perspectiva que los soldados soviéticos debieron tener cuando clavaron su bandera, Esther, Clàudia y Marc han sido pacientes y han convenido en darle una tercera oportunidad el 1 de agosto, día en que concluirán las tareas, y reorientar el día -consagrado en principio, de hecho, al recuerdo explícito de la Guerra-, visitando el Sowietische Ehrenmal del Tiergarten y, por la tarde, la famosa Potsdamer Platz.

En el verano de 1989 tuve la oportunidad de visitar los impresionantes memoriales levantados por el Ejército Rojo en Viena y Budapest. Seguramente porque pocos días después el muro cayó y con él una parte de la arquitectura fantasmática de mi infancia y adolescencia, en mi memoria permanecían como colosales construcciones aunque también de dudoso gusto estético. Sin embargo, a estas alturas uno está convencido de que su memoria falsifica impunemente su pasado y que lo que recuerda vívidamente tiene menor exactitud que la poesía como ciencia. Y la prueba fue que, tras haber leído que el monumento era el más grande e importantes de los erigidos por los soviéticos, lo cual se revelaría más tarde como inexacto, iba preparado para arrobarme ante una majestuosidad que dejaría pequeños a los mausoleos de Viena y Budapest y que no pude encontrar.

Cuando se erigió, en un Berlin en ruinas y arrasado, con el recuerdo muy vivo de las atrocidades nacionalsocialistas, probablemente debió suscitar, dejando de lado los modelos estéticos en los que se basaba, esa mezcla de respeto, pesar y melancolía que producen las construcciones que conmemoran de alguna manera esa desdicha humana que es la guerra. Ahora, me temo que, al menos en mi caso, este memorial había perdido su dimensión épica para quedarse en una mera curiosidad histórica. Ni los T-34 dispuestos en los flancos junto a dos cañones, que parecían mucho más pequeños que los que están depositados en mi memoria, ni la estatua del soldado, ni los nombres de algunos soldados soviéticos caídos en Berlin, ni el conjunto, me produjeron ningún sentimiento digno de tal nombre. Tan sólo una especie de chafardería freakie. En cuanto me apercibí de la decepción que me producía, crucé la "17 de junio" e intenté una excursión por el Tiergarten en busca de una supuesta avenida tumular donde debían yacer más de diez mil soviéticos que habían sido enterrados alrededor del monumento según había leído en algún lugar (o creído leer). Evidentemente, no encontramos la susodicha avenida.

Tras casi una hora deambulando por los alrededores volvimos a la zona posterior del documento para documentarnos mínimamente acerca del lugar. Tan sólo allí hallé una fotografía que me conmovió: la ceremonia de despedida que la última guardia del memorial rindió tras su entrega a la Alemania reunificada. Ante la instantánea algo lejano se removió brevemente y recordé que, aparte del orgullo militar o la tristeza por el abandono de una posesión, la genuflexión de la Guardia y aquellos bloques inertes de mármol rendían tributo a miles de cuerpos y mentes vivos que, independientemente del engaño y la manipulación, luchando por muy diversos motivos y no todos ellos tan generosos y nobles como la historiografía debe postular para dotar a su narración de una dimensión moral, dejaron sus vidas, objetivamente, para acabr con un régimen asesino. Sólo por eso el adiós de la Guardia y el propio memorial merecerían alguna forma de respeto aunque ya uno no sea capaz de encontrar ek gesto que lo denotaría."

Por cierto, uno de los últimos días en Berlin compré la guía Past Finder de Berlin en castellano y supe que, efectivamente, había enterrados dos mil soldados soviéticos en una porción de parque que hay entre el Reichstag y el Ehrenmal pero ninguna avenida. El memorial en el que pensaba era el que hay en Pankow, en Schönholzer Heide. No obstante, según la Wikipedia, los caídos yacen en la parte anterior del memorial, en el pequeño museo.