28 de noviembre de 2010

28 de noviembre de 2010: Crónica intempestiva de un viaje (XVIII). Picnic en el Tiergarten


31 de julio de 2010. Primera parte.

"Estirado en la cama descorro las cortinas. Una mañana soleada de nuevo y un cielo limpio. Tan sólo una nube algodonosa remonta la azotea del edificio marrón anaranjado con frisos neoclásicos separando cada planta que ocupa la mayor parte de la vista desde la ventana de nuestra habitación. Me fijo en él: prácticamente no hay cortinas que obstaculicen la penetración visual en el interior de los apartamentos pero curiosamente todos los ventanales, rodeados de marcos cuyos laterales imitan columnas de orden griego con su inevitable frontispicio, están cerrados. Es un bloque monumental cuyo espacio, estructura y distribución, tan lejanas, me hace recordar de nuevo esa agradable sensación de ser un extraño en un lugar extraño.

Claro que ser extraño tiene su gracia cuando el lugar extraño es, a la vez familiar, próximo, semejante. Aquí no hay jungla, ni guerras civiles, ni sabanas, ni desiertos. Hay agua caliente, TV por satélite, pizza, cerveza y metro. Así que los extraños toman algo tan familiar como el S-Bahn y vuelven hacia el Berlin Occidental con la cómoda satisfacción de poder vivir la extrañeza sin más agobios que los derivados de la condición turística y sus usos y costumbres.

El paseo por los alrededores de la zona oeste del Tiergarten nos ha reafirmado, tras las dudas del día anterior, en la diferencia entre los dos Berlin. No sólo existen diferencias arquitectónicas sino otras más sutiles que derivan de la historia reciente: hay una diferencia de esprit, de ambiente. En una zona intermedia entre Charlottenburg y Moabit hemos percibido claramente ese distinto aire. Y lo hemos notado en el tráfico, en la velocidad de los coches y sus tipos, en su dominio de las calles y la situación subsidiaria de los viandantes y ciclistas y, en general, por el ritmo más rápido de paso de los ciudadanos. Aquí hay más prisa, más lujo y más ruido que en los distritos orientales.

Hemos entrado en el Tiergarten por la zona del famoso zoológico y buscado un lugar tranquilo y solitario. No ha costado mucho. Con unos sandwiches y una botella de Spätburgunden, que ha vuelto a ratificar mi creencia de que con un poco de buena voluntad pueden hallarse muchos más vinos agradables de los que los expertos enólogos prescriben, nos hemos sentado bajo robles de apariencia centenaria a decidir qué museo visitaríamos a primera hora de la tarde en horario alemán. Tras resolver las siguientes horas, estirados sobre la hierba y comentando los distintos tipos de árboles, he recordado que la apariencia centenaria de los robles debía ser, probablemente, eso, sólo "apariencia" puesto que la práctica totalidad del bosque del Tiergarten fue talado a partir de 1944 para utilizar su leña."