Ayer reunión con representantes de otros sindicatos que concurren a las próximas elecciones sindicales en el ámbito de la enseñanza. Los tres grandes y los sectoriales grandes y medianos (el nuestro). Ambiente de moderada hostilidad atemperado porque entre profesores y maestros las normas de la corrección política han sido especialmente incorporadas al acervo cotidiano pues forman parte del conjunto doctrinario que hemos de transmitir a los estudiantes.
Conforme la reunión avanzaba el ambiente se ha distendido un poco. A propósito de un problema, irresoluble jurídicamente y que solamente puede solventarse mediante el acuerdo de "buena voluntad" de los participantes, planteado por el representante de CCOO, un joven serio y ataviado con el riguroso "pañuelo palestino" sólo que modernizado por el color azul cobalto, le ofrezco una solución de compromiso que le ayuda en el tema planteado. Sonríe levemente al acabar el ofrecimiento y asiente con la cabeza cuando propongo que adoptemos una actitud laxa y tolerante respecto a los posibles desencuentros que surjan.
Al acabar, una de los representantes de la administración bromea diciendo que dado que la próxima reunión tendrá lugar en Navidad traigamos turrones y zambombas, y uno sugiere, ingenuamente, que sea CCOO quien corra con los gastos. La broma no es bien recibida por el joven que, inmediatamente, critica a todos los presentes, desafiante: "El nuestro es el único sindicato que audita sus cuentas en la Sindicatura de Comptes". Los demás habían sonreído. Al salir, tras comprobar que había vuelto a instalarse la tensión y la desconfianza me acerco al muchacho le pido excusas y hablamos unos minutos. En el curso de la conversación, de improviso, para justificarse pronuncia una vieja y familiar frase: "Yo soy marxista-leninista".
Y, ahí, de golpe, uno se vio con veinticinco años menos. También a su edad lanzaba ese mantra para organizarse y organizar el mundo, para estructurar lo que era y lo que no era. De golpe todo se ha tornado muy familiar y se han cambiado las tornas lo suficiente para verse uno mismo ahora, en la mirada de aquel joven, que era la de uno también, como el viejo liberal aburguesado del que hay que aprovecharse: el pequeño burgués aliado circunstancial de la clase obrera del que hay que deshacerse en cuanto se convierta en un obstáculo.
Así veía uno a quienes le ofrecían tolerancia, pluralidad y respeto hace algunos años. Eran nuestros "tontos útiles" en la empresa revolucionaria. Ahora soy uno de esos tontos...