Y si estos días uno los ha dedicado -entre otras labores- a pensar sobre una poeta que es además mujer, Ana Pérez Cañamares, que ha conseguido que dejara a un lado las peripecias de los cosacos del apacible Don, de sus
stanitsas y
jútors, del regimiento Atamanski de la Guardia, del ajenjo y los guardias blancos y rojos, ayer me llegó un correo de otra excelente poeta, mujer también, Sonia Fides que, además, administra un Blog (
MADEMOISELLE JOUE AVEC SON REVOLVER) que destaca por su frescura y buen gusto.
Uno ha de confesar que tiene una cierta desconfianza a hablar de mujeres poetas como si estuviéramos hablando de una clase específica de escritores en función de su sexo. No se trata de negar la opresión sexista, ni siquiera de relativizar la diferencia de género sino de evitar el levantamiento de una nueva substancia creadora que, ahora sí, garantizaría la verdad última del texto en función de la intención de un sujeto autor que se definiria, inequívocamente, por sus características biológico-culturales diferenciales antes que por las comunes. Con todo, para evitar la tentación de suprimir la diferencia y para no herir a quienes crean en la pertinencia de esta distinción aunque sea fanáticamente, pues aquí estamos, hablando de mujeres poetas aunque no se esté muy seguro de la validez del concepto.
Pero bueno, a lo que uno iba. Me cuenta Sonia que ha leído la novela de mi hermano,
El alquiler del mundo, y que aunque su opinón no deba ser tenida muy en cuenta (y en ello está muy equivocada) le ha parecido una novela valiente que le ha encantado. Y mientras le respondía he vuelto a pensar en Sonia, en su obra, en sus poemas y en la dificultad de su posición. Se ralentiza la publicación de su siguiente libro y me sabe realmente mal porque tengo ganas verlo negro sobre blanco. No obstante, me temo, tiene uno la impresión que esta tardanza es inherente a su genuina posición de independencia en el circuito de la comunicación literaria. Una independencia temática, estilística, conceptual pero, también, personal.
Ajena a las etiquetas y a las capillas, a las simplificaciones, escribiendo -como uno dijo en una ocasión- en los pliegues, en un lugar dónde nadie esperaría verla escribir, en un lugar incómodo y dislocado, Sonia sigue íntegra y firme, desmarcándose de cualquier etiqueta y rechazando los muchos intentos de domesticarla e incluirla en cualquiera de los grupúsculos que, en los arrabales del campo literario en el que nos movemos los
outsiders, tratan de construirse a fin de ejercer la presión necesaria para adquirir el suficiente capital simbólico -y económico- que les convertiría en productores culturales influyentes y aceptablemente retribuidos. Y esa independencia tiene un precio: no es fácil encontrar espacio si no perteneces a un clan...
Uno espera, con todo, que los avatares caóticos del campo literario produzcan alguna disrupción lo suficientemente amplia como para que Sonia vuelva a colarse en ese hostil y parcelado territorio. Mientras tanto, y no es un consuelo, es bueno ver que alguien sigue fiel a sí mismo en este mundillo...