22 de noviembre de 2010

22 de noviembre de 2010: Ana Pérez Cañamares y el grado cero de la poesía (y III)


La empresa de desensamblar ese artefacto que es la obra de arte y refinarlo hasta dejarlo en un puro esqueleto (la versificación más escuálida, la presencia de aquellas figuras sintácticas y semánticas realmente imprescindibles o la mínima arquitectura interna), de aproximarse al "grado cero" poético que muestra su objeto con la mayor transparencia, con el menor artificio, casi como si se tratara de un documental que esconde su montaje y realización extremadamente complejo, es uno de los aspectos más destacables de Alfabeto de cicatrices.

Huelga decir que, obviamente, el gusto de uno está vinculado a ese principio elemental que dice que cuando al leer un poema piensa que ojalá se le hubiera ocurrido a él, que ojalá lo hubiera escrito él, está ante un poema que le gusta. En ese sentido, muchos poemas de Ana (por ejemplo "En el avión", "Tarde de verano", Llos aludidos", "Todo eso" o "Mi padre se llamaba Daniel") entran en esa categoría y sólo ello valdría para que lo juzgara como uno de los libros más bellos y luminosos que he leído este año.

Es evidente que también la circunstancia de que el primer apartado, parte, capítulo o libro de Alfabeto... pueda leerlo como los poemas que hubiera escrito una de las voces protagonistas de mi Filosofía de la minucia (pueden enlazarse "Día de limpieza" con "Verdad y método", "Londres" con "Leviathan", "Tarde de domingo" con "Así hablo Zarathustra", "La agenda" con "Teoría estética" o "Bueyes" con "Crítica de la razón práctica") ayudan a este juicio.

Mas estos dos elementos subjetivos y egocéntricos se enriquecen con ese más objetivable que tiene que ver con esa capacidad de aproximarse al "grado cero". Tan sólo, desde otro lugar, había leído en estos últimos años una poesía tan capaz de suspenderse a sí misma en el empeño de mostrar la verdad de lo que acontece, del modo en que acaece: la de Gsús Bonilla (excepción hecha, por supuesto, del "maestro" Antonio Orihuela).

Ana consigue que su narratividad -o la ausencia de ella en algunos momentos- no quede presa ni en el flujo de la historia ni tampoco en las redes de las trópicas. Poesía casi instrumental como diría Barthes, limpia, cristalina por la fuerza de su desnudez, casi transparente gracias ese trabajo sobre sí misma que, insobornable, acepta llegar hasta el desvanecimiento para otorgar el espacio al mundo que abre, humilde porque no se pretende inaugural ni originaria, bella por su sobriedad, auténtica porque lo que dice está enunciado desde la conciencia que todo decir es respuesta a una interpelación.

Tan sólo le cabe a uno esperar que el reconocimiento que ya tiene perdure y que sus próximos trabajos persistan en ese camino antes de abrir nuevas rutas. Diría que, verdaderamente, tiene -como su Blog reza- el alma disponible. Que nadie se la estropee.