El beneficio obtenido por la monetarización de lo espectacular ha alcanzado una dimensión probablemente inesperada que va más allá de la creación de un nuevo ámbito de mercancías. El espectáculo no sólo se ha revelado como un divertimento, un acontecimiento catártico o pedagógíco, sino como un objeto de consumo colonizador. Debord lo pensó en términos narcóticos: “Allí donde el mundo real se cambia en simples imágenes, las simples imágenes se convierten en seres reales y en las motivaciones eficientes de un comportamiento hipnótico” (p43).
No obstante, las mentes saturadas de un aluvión de imágenes no se limitan a una conducta de autómata que sería más consoladora: desean - intensamente, además -, construyen, operan, deciden, alteran... Las mentes colonizadas no están sedadas sino que continúan funcionando en el espacio construido y delimitado por lo espectacular que les otorga nuevos campos de percepción y nuevos objetos de deseo. Lo imaginario no deforma sino que "forma", ordenando la aprehensión sensorial e intelectual y "conforma" creando un conjunto de necesidades antes inexistentes cuya satisfacción engendra conductas no meramente robotizadas.
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Observaciones anteriores)