El consumo de representaciones se ha esparcido planetariamente y ha penetrado todos los estratos sociales. Aunque haya zonas del mundo en las cuales el espectáculo sigue maniatado y circunscrito a los límites prescritos por alguna autoridad, sea la de la divinidad, el sujeto o la tribu, el gobierno del orbe está, en gran parte, en manos del espectáculo pues no se trata de una simple acumulación de dinero, que ya ata a los dominados que no pueden poseer los medios de producción de lo espectacular y son consumidores natos, como en aquellas fábricas del XIX provistas de tiendas y bares donde los explotados gastaban su miserable renta en los propios locales levantados por los dueños de las empresas, sino que la espectacularidad se ha revelado como una extraordinaria arma de colonización mental.
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Observaciones anteriores)