Y, sin embargo, en otros tiempos y otros lugares, lo espectacular estaba confinado, mantenido dentro de los límites que le prescribía el individuo: era su creador y dominador y pese a que pudiera invadir las mentes y trastornarlas transitoria o irreversiblemente, excitadas por substancias naturales o simple sugestión colectiva, su reino no era de este mundo.
En el interior de su creador las representaciones moraban y podían moverse, alterarse, enredarse, complicarse, brotar y desaparecer. Fuera del sujeto permanecían fijas en marcos, en superficies pulidas y compactas (Platón) aunque también en otras quebradas y borrosas y sólo episódicamente fantasmas, espíritus, apariciones, espejismos, imágenes, copias y otras modalidades de esa especie imaginaria que está más allá y más acá de la presencia y de la ausencia, de la vida y de la muerte hasta el punto de volver a la vida lo muerto y matar lo vivo, se arremolinaban y convertían el mundo en sueño o en teatro: en espectáculo.