A las voces xenófobas que aprovechan los atentados yihadistas para clamar por una cruzada defensiva del Occidente cristiano se unen, cómo no, las voces contemporizadoras que ante los mismos actos proclaman la fraternidad universal ingenua, el espíritu ecuménico y exculpan a la religión de su responsabilidad ideológica en ellos. ¿Churchills y Chamberlains? ¿O más sencillamente, halcones y palomas?
El otro día,
en El País, José Ignacio Torreblanca emprendía el enésimo empeño por evitar la construcción de "trincheras de odio" y apelar a la bondad o, cuanto menos, neutralidad, de la religión - en este caso la islamista - en los asesinatos cometidos por sus seguidores. Argumenta, acertadamente al parecer de quien escribe, en su artículo "Es política, no religión", que "este razonamiento, que en último extremo nos lleva a un
enfrentamiento de civilizaciones entre Occidente y el islam, naufraga
contra la evidencia de que por cada occidental asesinado a manos de
estos terroristas yihadistas vienen muriendo miles de musulmanes. Desde
la guerra civil argelina, donde en los años noventa murieron entre
150.000 y 200.000 personas, hasta Irak, donde las cifras de víctimas
posteriores a la invasión de 2003 también se encuentra en el rango de
150.000 a 200.000 personas, o como se viene poniendo de manifiesto hoy
en Siria, Libia, Túnez, Egipto u otros escenarios, el conflicto
dominante no es entre el islam y Occidente, sino dentro del mundo
islámico, víctima de fracturas entrecruzadas de carácter étnico,
geopolítico o económico, entre suníes y chiíes, kurdos y turcos,
autoritarios y demócratas, laicos y religiosos, ricos y desposeídos."
No le falta razón. Mas mostrar el anudamiento de lo político con lo religioso no libra en absoluto a este miembro del par de su responsabilidad. Como en el caso nazi, de nada hubiera servido la crisis económica, la tradición fuertemente antisemita de la cultura alemana o la debilidad de la república de Weimar, sino hubiera existido una ideología "criminal" como el nacionalsocialismo que no sólo amparó sino que motivó, justificó y valoró las actuaciones encaminadas a la aniquilación de judíos, gitanos, eslavos, etc.
Si cabe criticar, por imprudente e intransigente, la exaltación del choque de civilizaciones y el racismo, no cabe tampoco el silencio cómplice ante una suerte de diálogo entre civilizaciones que exculpa a la religión de su papel como alimento, y aliento, del fanatismo (islamista ahora, cristiano otras veces). No será causa suficiente (aunque uno tiene sus dudas) pero sí necesaria. Sin religión no hay ni
yihad ni cruzada. Como sin nacionalsocialismo no hubo Auschwitz y sin nacionalismo no hubo Srebrenica o Armenia.
No se conocen ejemplos históricos de masacres provocadas en nombre de la relatividad, las leyes de la termodinámica o la teoría de juegos. Hay una diferencia muy relevante aquí.
Es la política pero también la religión. Sobre todo, la religión.
P.S:
Como señala Eduardo Moga respecto al mismo asunto con la agudeza de lo obvio y el uso implacable del sentido común: "Pero los asesinos no salieron de la sede del
Charlie Hebdo al
grito de '¡Abajo el capitalismo!', '¡Muera el judaísmo!' (aunque esto
se da por supuesto) o "¡Viva yo!"; salieron gritando: '¡Alá es grande!'". Dan ganas de gritar parafraseando a aquellas famosas elecciones norteamericanas "¡Es la religión, estúpidos!".