Como era previsible, y frente a esa mezcla de optimismo y desconocimiento de la realidad catalana de muchos españolistas allende el Ebro, el movimiento secesionista ha repostado y ha recibido suficiente combustible para proseguir su marcha. Cierto es que no es una gasolina de primera calidad, sin impurezas, pero puede seguir adelante. Muchos secesionistas han recibido el acuerdo entre CiU y ERC con poco entusiasmo, frialdad e incluso con desconfianza
como anotaba, preocupado, mi Jiménez Losantos particular. Pero de ahí a que el movimiento haya descarrilado o que las luchas intestinas auguren su final va mucho. Es más, ERC, que demuestra que aunque le falten cuadros para dirigir eficazmente un estado tiene políticos de mayor categoría que CiU, aunque igualmente ignorantes de la coyuntura internacional y de la capacidad del Estado español, se ha apercibido - tras el simulacro del 9N - de que los independentistas podrían perder un referéndum y que, de hecho, el apoyo a la ruptura con España está empezando a rechinar y a haber un cierto riesgo de que una buena parte de los secesionistas de aluvión decidan dar marcha atrás si las puertas del cielo prometido no se abren ya. Por ello considera que con las elecciones del 27S hay suficiente y que es preferible, como sostenían los sondeos, concurrir en listas separadas: con el sistema electoral catalán vigente y la atomización del voto unionista y españolista, la mayoría absoluta de los secesionistas en escaños es casi segura. Da igual que no lo sea en votos: se toman como un plebiscito, confundiendo planos de representación, y se empieza a redactar una Constitución que, con el terreno abonado, difícilmente recibirá un "no". Y en el caso de que lo obtuviera, se podría interpretar como un rechazo de "una" Constitución catalana que no de la independencia de Catalunya, con lo cual a redactar otra. Mientras, a seguir "ejerciendo" la independencia. Su planteamiento es, en mi modesta opinión, el más pragmático: si quieres la secesión, constrúyela. No es preciso "tomar el poder", pues nada hay que tomar. El poder no está en una serie de lugares específicos que poseer o dominar. El poder "es""ejercer" la posibillidad de hacer que otros hagan lo que tú deseas. En lo único que quizás fallen, y tenga razón el partido del presidente, es en desdeñar los pasos negociadores con el Estado español y recoger lentamente, eso sí, los estratos de legitimidad que pueden servir para, en el momento en que la coyuntura internacional sea más favorable, recabar los suficientes apoyos internacionales y acordar la segregación de España bajo tutela de alguna, o algunas, potencia europea y Estados Unidos. Olvidar esa dimensión internacional podría llegar a ser letal para el proceso si la división entre independentistas y no independentistas se encona en Catalunya y el enfrentamiento con el estado español queda en manos de instancias cuya simpatía hacia el secesionismo catalán es, hoy por hoy, limitado.
Pero mientras tanto la moneda sigue en el aire por mucho que algunos se empeñen en aseverar el fin del proceso. El otro día
Lluís Bassets, en El País, lo infería del hecho de que la narrativa secesionista no ha conseguido cumplirse:
"Así es como creció ese nuevo cuento, potente, bien ensayado, desde abajo y desde arriba, con
rowdfunding
y con presupuesto público, como era el de que Cataluña iba a declararse
independiente —tenemos prisa decían— y que iba a ser ya, ahora,
enseguida. En fechas señaladas, además: en el 2014 del tricentenario de
aquel 1714 de la Nueva Planta que pasó como una apisonadora sobre la
lengua y unas instituciones medievales en las que los historiadores más
perspicaces han visto un incipiente sistema parlamentario a la inglesa,
ahogado
in nuce por el centralismo borbónico. O, como más
tarde, en el primer 23 de abril del año siguiente, el actual 2015. Y que
se produciría casi automáticamente, al estilo de una máquina
expendedora: usted echa las monedas de una fuerte voluntad popular
debidamente organizada y manifestada en las urnas y cae inmediatamente
una burbujeante, dulce y fresca independencia que deja satisfechos a
quienes la disfrutan, desconcertados a quienes la rechazan y
maravillados a todos por la capacidad catalana para producir milagros
históricos.
El final del cuento es conocido. Hay un perro y un gato, que son Mas y
Junqueras: no importa para el argumento entrar en más detalles sobre
cuál de los dos es felino y cuál cánido, porque basta con señalar, como
ha visto todo el mundo y especialmente sus partidarios, que se comportan
como perro y gato. Son perro y gato. El cuento se ha terminado por
muchas razones. En primer lugar, porque el cuentacuentos que es la
historia nos está contando tres cuentos más que interfieren con el
cuento único vigente hasta hace bien poco tiempo. En segundo lugar,
porque el relato de la independencia se ha revelado finalmente que era
lo que es siempre el cuento político: una simple y brutal pelea por el
poder."
Sin embargo, del hecho de que la
parousía no haya acontecido no se sigue, para una mentalidad (uno se niega a llamarlo "pensamiento") nacionalista su fracaso: es como ya sucedió en el caso de la religión cristiana. Del hecho de que la segunda venida de Cristo, anunciada como inminente, se frustrara no se siguió más que una serie de reinterpretaciones que seguían manteniendo la fe en esa llegada que fue postergándose y, posteriormente, convirtiéndose en metáfora. Considerar que el nacionalismo se somete al método del "ensayo y error" o, peor, a la falsación o al discurso argumentativo, como la religión, es menospreciarlo, no entender su fuerza y, por supuesto, su peligro.
No hay fin del cuento con un desenlace bonito para esa España que algunos tanto aman. Se está empezando a explicar otro, eso es todo...