No hay nada de extraño en el hecho de que los diferentes grupos humanos, en sus distintas formas de agregación, desde el clan hasta el estado o la comunidad de estados, reescriban continuamente la Historia. Se puede ser más suave y hablar de reinterpretación, lo cual mantendría inalterado un nivel de acontecimientos históricos objetivos cuya interrelación, serialización o periodización sería el objeto de esas continuas interpretaciones. Con todo, mantener esta objetividad de lo acontecido históricamente no implica ignorar los fenómenos de reescritura, transformación e incluso falsificación o tergiversación que se dan continuamente con mayor o menor intensidad y de las que es probable que no haya conunidad humana dotada de escritura que se libre.
Tampoco resulta anómalo que los grupos más amenazados, inestables, en proceso de consolidación o de simple constitución, realicen con especial intensidad semejante tarea. Lo hicieron estados totalitarios como los nazis o el régimen bolchevique o comunidades como la tutsi o la serbia contemporánea, sí, pero también la mayoría de los estados democráticos en sus inicios: Alemania, Italia o Estados Unidos, y, en el pasado, comunidades como la cristiana, musulmana o judía para no hablar de los masones o los mismos ilustrados. El problema radica, como casi siempre, en los límites de este empeño: es decir, en los mecanismos de control que deberían imposibilitar al máximo las falsificaciones, cuanto menos su circulación y amparen un pluralismo que no se trueque en una bacanal del "todo vale" que iguale a Einstein con Mme. Blavatsky.
Catalunya no es una excepción. Desde las instituciones se insiste, redundantemente, en la historicidad de esta época. Un anuncio especialmente lamentable como mínimo estéticamente, que se emite a menudo con motivo de la conmemoración del Tricentenario (1714-2014), señala - sin el menor pudor heideggeriano - que "
la Història ens convoca" ("La Historia nos convoca") y, añadiría uno, nadie puede excusar su no asistencia. Una celebración, por cierto, que recuerda bárbaramente a la definición de mito utilizada habitualmente y sistematizada, por ejemplo, por
García Gual: "una narración o relato tradicional, memorable y ejemplar, paradigmático, de la actuación de personajes extraordinarios en un pasado prestigioso y lejano".
Ahora bien, esta apelación histórica desde las administraciones a "hacer historia" y protagonizarla y a narrar, explicar o describir de "otra manera" la historia de Catalunya, como se ejemplificó en el famoso congreso "Catalunya contra España", llega a límites difícilmente soportables en el caso del "
Institut Nova Història" cuyas publicaciones tienen mayor difusión de la que uno hubiera pensado nunca en un país medianamente ilustrado como éste y cuyas afirmaciones se están consumiendo e incorporando a pasos agigantados en círculos cada vez más amplios y menos marginales. Entre las extraordinarias tesis que sostienen algunos de los que escriben y publican bajo su patronazgo, uno por decencia se niega a considerarlos historiadores, están la de que Cervantes era catalán, como lo era el original del
Lazarillo de Tormes, algo semejante se aventura acerca de Erasmo e incluso Da Vinci (ciertamente esto último es una extrapolación propia) o que el descubrimiento y conquista de América fue una empresa catalana de la cual los castellanos se apropiaron posteriormente...
En fin. Esta nota debería haberse titulado "
1984 en Catalunya".
P.S: Con particular sorna,
la versión en castellano del artículo "Institut Nova História" de la Wikipedia contiene un resumen de sus "hallazgos" que dejo por aquí:
"El Instituto considera que la historia de Cataluña ha sido manipulada
y tergiversada —«historicidio»— desde el siglo XVI para favorecer la
construcción de un concepto de estado español alejado del
«protofederalismo» de la
Corona de Aragón y próximo al «
supremacismo» castellano de la
Corona de Castilla.
Al disminuir el protagonismo de Cataluña —o de la Corona de Aragón— en
la historia colectiva española a través de la falsificación, la
ocultación y la censura —y la «apropiación»— de ciertos episodios
históricos, se favorecía la prevalencia de la ideología castellana a la
hora de construir la idea del estado español naciente. Bilbeny no se fía
de los libros de historia, grabados, etc. datados del siglo XVI en
adelante, porque sospecha que han sido objeto de la censura y la
manipulación.
La principal tesis del Instituto es la catalanidad del Descubrimiento
de América, afirmando que Cristobal Colón era catalán y que en realidad
se llamaba Joan Colom i Bertran, nieto del fundador del primer banco
público del mundo y antepasado directo del actual presidente de la
Generalidad,
Artur Mas. El hijo de Joan Colom sería
Erasmo de Róterdam, cuyo nombre auténtico sería Ferran.
Toda la gesta del descubrimiento y la conquista habría sido hecha por
catalanes, que serían los únicos que viajarían a América hasta 1518:
Hernán Cortés en realidad era Ferran Cortès, un noble catalán, al igual que
Francisco Pizarro, que en realidad sería Francesc Pinós De So i Carròs, y
Diego de Almagro, cuyo nombre real sería Jaume d'Aragó-Dalmau; los barcos de Colon habrían salido del puerto de
Pals y no de
Palos;
Amerigo Vespucci era en realidad Aymerich Despuig y era el cosmógrafo catalán de Colón;
etc.
Otra de las principales tesis del Instituto es la catalanidad de gran parte de la
literatura castellana de los siglos XV y XVI. Así,
Miguel de Cervantes sería en realidad Joan Miquel Servent, natural de
Jijona, y el
El Quijote sería una mala traducción del original en catalán,
El Quixot; original que habría sido destruido por los castellanos. También
La Celestina y
El lazarillo de Tormes, esta última obra sería de
Joan Timoneda, habrían sido obras escritas originalmente en catalán, luego traducidas en Castilla y los originales destruidos.
Garcilaso de la Vega en realidad sería Galceran de
Cardona;
Quevedo habría plagiado parte de su obra poética al
rector de Valfogona; y santa
Teresa de Jesús habría sido Teresa Enríquez de Cardona, abadesa del
Monasterio de Pedralbes durante treinta años
.
Otra de las tesis defendidas por el Institut Nova Història es la catalanidad de
Miguel Servet, llamándolo «catalán universal», afirmando que «
Vilanova de Sixena» era una «población catalana de administración aragonesa». Han llegado a insinuar que Miguel Servet era padre de Miguel de Cervantes («Joan Miquel Servent», según el Instituto)
.
Una de las últimas tesis defendidas por el Instituto afirma que
Leonardo da Vinci era catalán, lo que explican en el documental
Desmontando a Leonardo. Según los investigadores del instituto,
la Gioconda sería
Isabel de Aragón y las montañas que se ven al fondo del cuadro, serían las de
Montserrat;
el escudo de da Vinci sería muy similar al de la «casa real catalana»;
el genio habría «naci[do] en realidad en alguna localidad cercana a
Montserrat, como
Manresa,
Vich o
La Garriga»."