13 de septiembre de 2012

Coda sobre "La educación prohibida"



Un amigo lector le reprocha a uno que le haya dado un nivel teórico que no tiene al documental "La educación prohibida" y que haya obviado en la descripción del paradigma que lo anima los elementos oscurantistas en los que participan algunos de los responsables del bodrio (desde la antroposofía y la teosofía a las terapias alternativas, la espiritualidad new age o incluso los movimientos cuasi-sectarios). Es evidente que, en muchos sentidos, los modelos más próximos de los implicados en la producción no llegan ni de lejos a la sofisticación filosófica de una mala lectura de Foucault. Una buena relación de esta afiliación oscurantista de la mayoría de los artífices del producto la podemos aquí.

Conviene, de todas formas, aclarar que uno no ha pretendido en absoluto magnificar y conceder relevancia conceptual a lo que no son más que una manida sarta de tópicos románticos y antiilustrados sino mostrar la íntima solidaridad entre "La educación prohibida" y el paradigma pedagogista hegemónico en nuestras sociedades occidentales durante los últimos veinte años o más y especialmente en el estado español. Que los responsables del documental no sepan que es un sistema autopoiético o desconozcan la obra de Von Foerster o de Luhmann y estén más más cerca de las iluminaciones irracionalistas y oscurantistas de un Rudolf Steiner o un Fredy Wompner no implica que no haya entre ambos una proximidad "de facto".

Hay que tomarse más en serio de lo que parece esta retórica demagógica porque la izquierda realmente existente está casi absolutamente presa de ella (y si no, observemos el discurso que subyace a lo que Javier Díaz Gutiérrez afirma sobre las reformas educativas que pretende la derecha española).

Para concluir. Uno no es el único en dar una calidad teórica deficiente pero real al documental. Aparte del ya mencionado David Rabadà, Alexis Capobianco realiza una demoledora crítica desde la izquierda radical:


 “Hay que partir de sus intereses”, “que aprendan lo que ellos quieren aprender”, “todos somos diferentes, únicos e irrepetibles”, presuponiendo dogmáticamente una gnoseología relativista/escéptica. No hay criterios para distinguir determinados conocimientos valiosos de los no valiosos, todo vale en un mundo donde la verdad se ha diluido. No hay más criterio que el impulso o el deseo, la enseñanza, la educación se transforma, desde esta perspectiva, en un acto autoritario, ¿por qué la sociedad, los sistemas educativos y los docentes van a imponer determinados conocimientos que ellos creen valiosos? Lo son para ellos, pero en un mundo donde todo ha devenido relativo nada es valioso más que relativamente. Siguiendo esta línea podríamos preguntar, ¿para qué alfabetizar a quien no quiere ser alfabetizado? ¿Para que tratar de construir, reconstruir y criticar, generación tras generación, la memoria histórica? ¿Para que enseñar esa aburrida teoría heliocéntrica, la más pesada teoría de la gravedad o la “hipótesis” de la evolución? O si seguimos en el terreno de las ciencias sociales, ¿para que enseñarles categorías como capitalismo, imperialismo, clases, etc.? Desde una perspectiva relativista, llevada al extremo, nada de esto tiene sentido. ¿Qué es la cultura general? ¿Por qué pensar que hay determinados contenidos que son valiosos? ¿Por qué pensar que es importante que conozcan a Shakespeare, Sófocles o García Lorca? ¿Por qué enseñar determinados procedimientos y metodologías? ¡Qué aprendan solos!!! Respetemos el imperio de los deseos, el reinado tiránico de los impulsos. El acto prometeico, por el cual una generación entrega a las nuevas generaciones el conocimiento acumulado y las herramientas intelectuales para interpretar y analizar la realidad, es decir para pensar, es concebido como un acto de imposición y no como una necesidad social y algo más, de lo cual viven hablando en toda la película; un acto de amor, como es también el señalamiento de determinados límites para niños que están empezando a aprender el difícil arte de vivir, del cual siempre somos aprendices. Vida que no es un juego, que implica, en todas sus versiones posibles, sacrificio, responsabilidad y exigencias".

El artículo completo, aquí.