(Una reflexión dedicada a Paul Cahill)
Una de las virtudes del modelo interpretativo que Nieztsche expuso en El nacimiento de la tragedia, la oposición entre lo apolíneo y lo dionisíaco como esquema de categorización ontológico, es su versatilidad. Tan flexible, tan simple y tan acorde con los estados de cosas del mundo, se puede prolongar como marco hermenéutico para casi cualquier universo factual y su eficacia lo ha convertido en un "lugar común" del pensamiento en nuestras sociedades. Vale "para un roto y un descosido".
Una muestra de esta ductilidad se le ha aparecido a uno esta mañana pensando en el acontecimiento del próximo domingo y el "corazón partido" que le provoca: la final de la XLVI Super Bowl entre los New England Patriots y los New York Giants. "Fan" de los Giants desde hace muchos años, uno saludó con entusiasmo - tras haber afirmado contra viento y marea que así sucedería - el triunfo de estos sobre los arrogantes Patriots hace cuatro años, el año en que Tom Brady y los suyos consiguieron el anhelado undefeated, la imbatibilidad durante la regular season de 16 partidos que nadie más ha logrado hasta ahora. Los bellos y elegantes Patriots que hacían historia viva batidos por los inexpertos, advenedizos y toscos Giants... Perfecto.
Sin embargo, esta vez la lealtad de uno está dividida. Tras la grave lesión que Brady padeció hace tres años, la errática política de personal de los Giants y el retorno del "malvado" Michael Vick, las afinidades y predilecciones se desplazaron. Los de New York encadenaron tres campañas frustrantes, el equipo de Vick se convirtió en la gran atracción (el Dream Team lo llamaron este año) y el "divino" Brady perdió protagonismo, aunque el pasado curso fuera proclamado unánimemente el mejor jugador de la Liga, porque su equipo no funcionaba. El marido de Giselle Bundchen, el deportista del año de Sports Illustrated, el mejor atleta masculino de Estados Unidos para la Associated Press, parecía condenado a quedarse para siempre en los arrabales del Olimpo donde habita Montana. Al tiempo, los Giants volvían al ostracismo y los tiempos de Vick parecían anunciarse.
Y entonces, cuando el astro perdió brillo, a uno le empezó a caer bien y a leer de otra manera su arrogancia permaneciendo fiel a los neoyorquinos: a leerla como un ejemplo viviente del apolíneo falocentrismo cuyo tiempo está caducando.
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