24 de febrero de 2012

De nuevo en El Prado (y IV)


Una vez acabada la muestra del Hermitage, empleamos más de cuatro horas en recorrer, una vez más, El Prado. La fortuna hizo que hubiera poca gente y que, por ejemplo, pudiéramos admirar desde lejos, desde cerca, desde los flancos e incluso desde el exterior de la sala, la magnificencia de Las meninas de Velázquez, un cuadro que no se agota. Esta vez no fue el reduplicamiento de la representación o la autorreferencialidad el eje de la observación de uno sino la construcción del espacio, la profundidad, la luz desde la distancia: cuanto más lejos estás del cuadro más se revela la maestría de la composición y su capacidad para atreaer la atención del espectador casi al más puro estilo impresionista avant la lettre.

Pero aparte de los clásicos (Rubens, Bosch, Velázquez y Goya) los mayores descubrimientos tuvieron lugar en zonas a las que en anteriores visitas habría prestado poca atención. Joyas como los bodegones de Luis Meléndez, la Ascensión de un globo Montgolfier de un pintor secundario como Carnicero, los magníficos retratos de Raimundo Madrazo, o los inolvidables paisajes de Carlos de Haes, especialmente su celebrado La canal de Mancorbo en los Picos de Europa, refrendan la convicción que tiene uno de que pinturas y pintores a los cuales admirar y con los cuales complacerse, hay tantos (como músicos o poetas, sin ir más lejos) que perder el tiempo en la búsqueda crítica del elemento o elementos que justifiquen la valoración negativa y la exclusión del canon, siquiera de sus arrabales, debe obedecer a algún motivo más oscuro y menos loable que el simple enjuiciamiento estético: uno tiene la impresión que detrás de este empeño en incluir y excluir, en despreciar y minusvalorar están en juego intereses políticos y económicos relacionados con la dinámica del campo artístico.

Algo que sería perfectamente prolongable al caso de la poesía...