La Unión Europea y sus fondos de cohesión ya invaden la red viaria polaca. Desde Katowice encontramos obras continuas en la autovía. La entrada a Krakow es un caos. Más de dos horas y media para recorrer 3 kilómetros.
El Apartamento de Krakow es muy antiguo, del siglo XVIII, remodelado - aunque se prohíbe salir al balcón interior, es lo que tiene la rehabilitación - y está a menos de cinco minutos de la plaza del mercado, el centro neurálgico de la Ciudad Vieja.
El turista suele buscar siempre lo semejante en lo diferente pero difícilmente soporta que lo semejante irrumpa sin su permiso en el reino de lo distinto: una exposición de la cultura catalana que se anuncia tendrá lugar en la Plaza del Mercado es, sencillamente, inaceptable. No hemos invertido tanto tiempo y esfuerzo para encontrarnos nuestro país incrustado en otro.
La ciudad vieja de Krakow, Patrimonio de la Humanidad, es hermosa, indiscutiblemente. Y turística. Y de una plasticidad que se convierte en
kitsch a fuerza de la convergencia entre el empeño conservacionista, el propósito comercial y el tradicionalismo católico.
Pasear por Krakow es como pasear por el siglo XIX. Afortunadamente, cruzando unas cuantas calles el siglo XXI se presenta con toda su energía y descuartiza la mistificación turística. Gracias a Dios, Krakow no es sólo la ciudad antigua.
Cuando visitamos el castillo uno sólo presta atención, ante la presión de la multitud de visitantes, al hecho de que fue la residencia del Gobernador General Hans Frank, el nazi responsable de los
ghettos, de las hambrunas y la feroz represión en Polonia. Ni la dulce vista del Wisla desde las faldas de la colina amainó su voluntad: la belleza, parece evidente, no tiene mucho que ver con la piedad.
El Wisla (Vístula) a su paso por Krakow es hermoso y pacífico. Nada que ver con la imagen del río helado y feroz en torno al cual el Ejército Rojo y la
Wehrmacht se batieron a sangre y fuego durante semanas.