5 de agosto de 2010. Tercera parte.
"En cualquier caso, profesándonos turistas sin ningún tipo de vergüenza trazamos los planes para el último día en Berlin que debía girar, por fin y de una vez, en torno al
Reichstag y, por si de nuevo fallara, habíamos convenido en consagrar la tarde al vagabundeo.
A las nueve y media, después de un desayuno apresurado, nos bajamos en
Brandenburger Tor y enfilamos la explanada hacia el objeto del deseo. A la altura de la enorme bandera alemana la cola parecía girar ligeramente hacia el
Tiergarten y prometía una muy larga espera. Afortunadamente, se trataba de un grupo de turistas que esperaban los tratos de su guía con la administración del edificio y cuando hemos llegado casi a su altura se han puesto en marcha hacia las escaleras para entrar. Al ser temprano estábamos razonablemente cerca: a una hora y media de espera según los indicadores.
Y, efectivamente, en poco más de una hora y cuarto de tediosa espera hemos pasado bajo el famoso lema del arquitrabe,
Dem Deutsche Volk ('Al pueblo alemán' o 'Para el pueblo alemán'). En los segundos que la frase ha estado suspendida sobre mi cabeza retazos de la historia contemporánea de Alemania han pasado por mi mente pero no han ido acompañados de ninguna emoción que merciera tal nombre. Claro que no es la primera vez.
Nunca he sentido, ni cuando cayó el muro, que estuviera viviendo 'momentos históricos' y menos aún, que viviera en el interior de 'la Historia'. Si en algunos momentos esa creencia pasaba por mi mente se debía, ante todo, a la insistencia de los periodistas. Una vez cerrada la televisión o doblado el periódico, a los pocos días volvía la impresión de que la Historia pasa a través nuestro sin que acabemos de saber demasiado acerca de la manera en que lo hace y que tiene luego poco que ver con lo que aparece en los textos de los historiadores profesionales.
No fue extraño, pues, que tampoco ahora lograra transformar en emoción de tipo alguno la íntima convicción intelectual de que esa frase encerraba metafóricamente gran parte de la Historia europea de los últimos dos siglos. En mi descargo cabe aducir que no ayudaba el gentío que la burocrática seguridad del edificio juntaba con su desabrido y lento registro justo a la entrada.
Una vez pasado el control, un ascensor atiborrado llevaba directamente hasta la cúpula de Norman Foster. El juego de los espejos del cono central, los amplios vidrios, la construcción limpia y efectiva y la luminosidad de la obra de Foster merecen la pena por sí solos. Pero no eran mi objetivo inicial. Había desistido de visitar la sala de plenos y, sobre todo, las dependencias en las que, según parece, todavía se conservan algunas de las inscripciones que los soldados soviéticos hicieron en las paredes tras la toma del edificio. Incluso en algún sitio leí que está la firma de Zhukov. Seguramente debe ser una leyenda urbana. Pero lo que sí quería era pasear por la azotea y acercarme al lugar desde el que se izó la bandera soviética e imaginar la perspectiva del Berlin asolado que debió observarse en mayo de 1945.
Mas, como siempre, entre las representaciones colectivas y las subjetivas media el mismo abismo que entre los recuerdos y la realidad: la perspectiva era imposible de reproducir porque no pude encontrar la posición desde la cual se tomó la famosa fotografía. Ni tan sólo lograba acordarme de la posición exacta de los soldados entre las estatuas del frontispicio. El sol que a media mañana caía a plomo sobre la ciudad hizo el resto. La bruma que envolvía el Berlin vencido era irrepresentable ante la fuerza del sol del Berlin de 2011 así que las ensoñaciones fueron fugaces y las rememoraciones mínimas. Tanto que me dediqué a contemplar la construcción de Foster y dejé para el refugio de mi memoria la caída de Berlin."