5 de agosto de 2010. Segunda parte.
"Ahora la cosa parecía presentarse más fácil. Con Wolfgang en el aeropuerto de Krakow el 9 de agosto a las 13:00, delante del puesto de Información. Provistos de móviles,
Google Maps, GPS y otros gadgets que forman parte del equipamiento del turista tan sólo faltaba el menor de los detalles: llegar a Krakow en los próximos cuatro días tras pasar un par de días o tres en Breslau (Wroclaw). El procedimiento: tren hasta Breslau y luego coche por la única autovía polaca que unía Breslau con Krakow vía Katowice.
¿Y dónde estaba la aventura, el riesgo?
El riesgo suele aparejarse al viajero pero estaba claro que nosotros no somos "viajeros", en el sentido literario del término, que es el sentido por excelencia, de hecho no hay otro, sino "turistas", que "literariamente" al menos es muy diferente. O quizás no. ¿Y si más allá de la construcción del género de la "literatura de viajes" quepa albergar serias dudas de que puedan distinguirse tan claramente y no sean más que distintos grados de una misma figura?
Uno tiene la impresión de que la diferencia entre el turista y el viajero no es, en realidad, una diferencia substancial, esencial, de naturaleza, sino contextual, fáctica: todo viajero puede comportarse en ocasiones como turista y a la inversa.
La diferencia entre ambos radicaría en una cuestión de grado y sólo forzando la realidad empírica (los viajeros "extremos" de los medios de comunicación caminan por el mundo tan provistos de seguros como cualquier turista) en beneficio de la tradición literaria que ha insistido en separarlos desde el XVIII.
Si nos creemos esa más que dudosa distinción romántica, la diferencia redicaría en la distinta apertura a la confirmación de las experiencias respecto a los modelos de comprensión de la alteridad. El viajero las integra en y respecto a ellos tanto como el turista pero su grado de aceptación de lo extraño, su grado de disposición para la alienación, su capacidad de riesgo cognoscitivo sería mayor que la del turista. Éste viajaría con una escasa disposición para el riesgo cognoscitivo (no sólo el físico) y la negatividad: su objetivo sería lograr la plena conformidad entre sus expectativas y su experiencia, una conformidad que, en el fondo, sería el acuerdo entre la visión de la alteridad de la cual es partícipe en su comunidad y la propia alteridad. En resumen: el viajero se mostraría dispuesto a la negatividad y la frustración mientras que el turista buscaría la adecuación y la positividad.
No obstante, esta distancia es de grado: no existiría el viajero puro ni tampoco el turista puro. Para comprobarlo indiciariamente bastaría con leer, por ejemplo,
The Songlines de Bruce Chatwin -ejemplo de como un viajero "puro" que parece buscar sólo la alteridad radical no puede evitar buscar las confirmaciones y las positividades- o
Plataforma de Houellebecq -donde los excelentemente retratados turistas vulgares y corrientes no dejan de alimentarse de frustración de expectativas y negatividad hasta interiorizarlas como familiares-."