26 de agosto de 2010

26 de agosto de 2010: sin tregua con el único socorro de Jonathan Littell


Siuge desaparecido el cielo aunque hoy el acero no tañe sus quejidos y se limita a presidir, descomunal, ardiente, el horizonte. Refugiado en mi estudio saco fuerzas de donde la desgana y la pereza las ha confinado para leer Lo seco y lo húmedo de Jonathan Littell, un ensayo breve sobre el fascismo a partir de la figura de Leon Degrelle, el conocido líder rexista valón que sirvió en las Waffen-SS y en la Wehrmacht hitlerianas y que se refugió en España teniendo una notable vida pública hasta su muerte en 1983.

Hace un par o tres de años leí su encomiable Las benévolas, uno de los intentos más serios, trabajados y ambiciosos de reproducir el punto de vista de los perpetradores del Holocausto que, cabe recordarlo, como afirma el historiador judío Raoul Hillberg, es la perspectiva más adecuada para comprender su naturaleza por la amplitud de las fuentes y documentos conservados y por su posición privilegiada en cuanto organizadores de lo acontecido según planes y acciones originados por sus voluntades .

La gran novela de Littell naufraga finalmente a pesar de su extraordinario hiperrealismo y su dominio de la bibliografía secundaria, que le permite orquestar la trama de personajes "reales" nazis y "acontecimientos" de la Guerra Mundial con una coherencia y verosimilitud pasmosa, precisamente porque se nutre de bibliografía y a ella se ciñe: porque es una construcción teórica soberbia pero se queda en eso, en un artefacto que no logra desmontarse a sí mismo al final para alumbrar lo que aconteció.

En comparación, Seguir viviendo de Ruth Klüger, otra extraordinaria novela de construcción, ilustra el caso contrario: una obra que no se deja atrapar por sus propias exigencias formales y así puede dejar atrás las piezas del dispositivo y desmontarlo para entregar una determinada experiencia.

En ambos casos, independientemente de la condición de cada uno de los escritores (Klüger una superviviente de los campos, Littell un excepcional lector que asume el esfuerzo de asumir la representación del mundo de los ejecutores), la diferencia estriba en la relación entre la construcción de la experiencia y ésta: la forma hiperrealista de Littell acaba suprimiendo la experiencia en el artefacto por las exigencias extremas de un enciclopedismo que la somete a su trazo; la forma de la que se sirve Klüger, menos realista y desaliñada, abandonada en algunos momentos, puede suprimir el esqueleto para dejar paso a la experiencia porque no debe rendir cuentas a sus protocolos de construcción.

Con todo, la hercúlea tarea de Littell merece un chapeau. Cincuenta años después del final de la Guerra pocos escritores han sido capaces, como él, de emprender un auténtico proyecto de comprensión narrativa de lo que sucedió en Europa entre 1933 y 1945.