10 de enero de 2010

10 de enero de 2010


Aunque el frío en la ciudad casi se podría decir que no es de verdad, que es un frío acondicionado, no deja por ello de ser disuasorio. Este frío de bolsillo, en Barcelona, es particularmente intenso y desagradable. Demasiada humedad. Si además le unimos el mítico horizonte estético de un Descartes de turno leyendo o escribiendo a la luz de las velas y la lumbre, tapado con una manta, recogido en la meditación entre frase y frase y dejándose llevar al final por la quietud, hoy es una magnífica oportunidad de quedarse estirado en el sofá y leer.

También el viernes lo podría haber sido pero si trabajas ni frío de "Lego" ni imagen mítica: se lee cuando se puede y donde se puede. Cansado y con el sofá en manos de tus descendientes y su televisión, o te acomodas en un lado y te abstraes del Disney Channel o te estiras en la cama. La solución del balancín, agradable y que cumpliría una cierta "literaturidad", se desvanece pronto. A los diez minutos, la lectura se hace pesada porque no hay ninguna luz de pie al lado y, o se ilumina totalmente el estudio o se enciende sólo la fase central. Cualquiera de las dos opciones le hace perder el escaso encanto que le quedaba: o la iluminación es excesiva o escasa. Hasta que compre una lámpara que lo acompañe decentemente sólo hay o sofá o cama. La estilización del entorno, tan importante para la estetización de la cotidianidad, se convierte en una tarea hercúlea que queda fuera de mi alcance pasados unos minutos.

El fin de semana, obviamente, el otium cum dignitate y la experiencia estética pueden desarrollarse. La fatiga tiene suficientes horas ante sí para expanderse. Llegada al límite, se contrae lo suficiente como para caer al subsuelo de la conciencia unas horas y hacer posible la construcción de la ficción.

Subo al salón y me llevo tres libros para pasar la tarde: la traducción de Day by day (Día a día) de Robert Lowell, Fugaz de Juan Ramón Mansilla y la largamente esperada traducción de Into that Darkness (Desde aquella oscuridad) de Gitta Sereny, el libro de conversaciones con el comandante de Treblinka Franz Stangl.