16 de enero de 2010

16 de enero de 2010: "Carlos"




Es de madrugada e iba a escribir sobre mi lectura de Robert Lowell pero he recordado, de repente, mientras perdía el tiempo con la navegación compulsiva por los periódicos electrónicos que antecede a cualquier otra tarea en el ordenador, que el pasado 3 de enero el diario "El País" publicaba una entrevista con el que fue uno de los mitos de mi adolescencia y de la adolescencia revolucionaria europea: Ilich Ramírez Sánchez, "Carlos". Y me ha parecido que Lowell estaría en el mismo lugar de mi mente, es decir, en el mismo lugar de mi mesa, mañana o pasado y que "Carlos" podía esfumarse en cualquier momento como lo había hecho en los últimos días.

La entrevista, por cierto, no se hace a "Carlos" sino a "Carlos El Chacal". Según el diario "La policía, inspirándose en una novela de la época, le apodó El Chacal. Así pasó a la historia: Carlos El Chacal. En los años setenta se convirtió en el hombre más buscado del mundo, con más de 52 nombres diferentes repartidos en más de 100 pasaportes. Dejó tras de sí un rastro de 80 muertes, según el Ministerio del Interior francés." El tiempo pasa para todos y nada es lo que fue, eso está claro. También que el trance de pasar a la historia siempre comporta una transformación: es lo que tiene la reificación. Con todo, la que antaño llevaban a cabo los historiadores tenía un cierto estilo, era menos chabacana que la que realizan hoy día los periodistas que construyen la Historia: su trazo era algo más fino...

De la conversación me interesaron tres aspectos: la retórica periodística, el discurso de "Carlos" y mi cansada recepción.

La retórica periodística acostumbra a seguir no sólo sus "libros de estilo", que merecerían un análisis interdisciplinar detallado y sinuoso, sino unas pautas no escritas, unos tópicos ideológicos, que funcionan como horizonte, de la noticia: todo acontecimiento es "enmarcado" y este marco le confiere su significado. La pretendida objetividad periodística, la asepsia, la neutralidad es poco practicada y cuando sucede suele ser el fruto de la carencia de espacio y la urgencia. De ahí que sean las agencias de noticias las más proclives a practicar este raro ejercicio.

Una muestra: la peyorativa y probablemente bastarda leyenda de que la policía le denominaba "Chacal" a partir de la novela de Forsyth que sirve, y sirvió, para asimilar su figura a la del mercenario y que se perpetúa como un recurso estilístico que contornea y da sentido. Esta denominación tenía hace treinta años un objetivo diseñado por las agencias de seguridad de los países occidentales: homologar al delincuente "político" al delincuente "común" a fin de deslegitimarlo. "Carlos-terrorista-con-motivaciones-políticas = Chacal-terrorista-mercenario-que-mata-por-dinero". Esta estrategia fue aceptada por los medios de comunicación, fieles sostenes del statu quo mientras rinda beneficios, y se reveló como extraordinariamente efectiva y fructífera en términos de opinión pública. Varias décadas después se ha convertido en un lugar común del que la prensa no se sustrae y que forma parte de su acervo retórico incluso cuando se trata ya de un personaje más histórico que otra cosa.

El discurso de "Carlos" se mantiene firme, "inasequible al desaliento". El fervor totalitario que emana de la utopía de una ingeniería social (en este caso cierto marxismo) le lleva a afirmar sin reparos:

"Yo a los 14 años, en enero de 1964, entré en las Juventudes Comunistas de Venezuela. Y hasta el día de hoy no he cambiado un pelo. Sigo siendo comunista. No soy un tipo dogmático, he estudiado, he conocido a gente importante en la dirección de países comunistas. Sigo fiel a los principios inmanentes leninistas: soy un comunista convencido y militante.
P. ¿Y sigue defendiendo la utilización de las armas?
R. Según la coyuntura. En situaciones determinadas. Como en Colombia, estos días. O en Afganistán: eso es legítimo.
P. Yo hablaba de terrorismo.
R. ¿Qué pasa con el terrorismo? Yo siempre he estado contra el terrorismo. Cuando se bombardea en Afganistán, eso es terrorismo (...)
P. Esas operaciones, como las llama usted, acarreaban sangre y víctimas.
R. Sí, cómo no. Pero pocas, pocas víctimas inocentes: el 10% de las bajas. El 10% no es nada, mi hermano. Yasir Arafat habló en la ONU y fue con una rama de olivo en una mano y un fusil en la otra. Yo no tengo nada que añadir a eso.
P. ¿Cuándo una persona decide matar a otra por una idea que considera justa?
R. ¿Cómo justa? ¿Y cuántas personas han matado los españoles en Irak? ¿Cuántos afganos mueren diariamente? ¿Cuántos? ¿Eso no le molesta? Luchar contra eso es glorioso y heroico."

Después de haber conocido a "gente importante" como el esperpéntico Ceaucescu, sigue inmune a la crítica del socialismo realmente existente. Como cualquier general de cuatro estrellas del Imperio calcula las víctimas inocentes como daños colaterales admisibles en términos de tanto por ciento. Como cualquier menor de edad acaba justificando la violencia en el "Y tú más..." Como si la vida y la muerte no tuvieran valor alguno al lado de la imperecedera inmutabilidad de la idea, "Carlos" no se mueve un milímetro del credo, de la fe, del dogma.

Y aquí es donde mi recepción se muestra cansada y vieja. Cansada y vieja por haberme servido durante más de veinte años de los mismos modelos que "Carlitos". Cansada y vieja por estar fatigado del totemismo y la religiosidad encubierta del discurso revolucionario. Cansada y vieja de la pasión por el totalitarismo y la guerra. Cansada y vieja de tanto Hitler, Stalin y Ford. Cansada y vieja de Iglesias, credos y patrias.

Cansada de la estupidez. Vieja por la estupidez.

Cansada y vieja, también, por mi propia estupidez, esa estupidez tan mía que me hizo admirar a "Carlos"...