13 de agosto de 2021

La edulcoración histórica


 

En Los últimos pianos de Siberia, de Sophy Roberts, leo un pasaje que suscita alguna reflexión inadecuada sobre los riesgos de la edulcoración histórica.

Escribe Roberts a propósito del cautiverio de la familia real rusa en Ekaterimburgo antes de su ejecución por los bolcheviques (descrita con un poco menos de pudor de lo que es habitual, sin caer en la pornografía violenta, lo cual se agradece):

"El príncipe Lvov, primer ministro tras la abdicación del zar estaba en Ekaterimburgo al mismo tiempo que los Románov. Lvov no es un testigo fiable, pero su versión de los hechos es más siniestra: por las noches, los guardias acosaban a las hijas del zar para que tocaran el piano. Una campesina que vivía con los soldados corroboró más tarde este relato" (p172).

Teniendo en cuenta, como antes ha relatado la autora, que las borracheras estaban a la orden del día en la planta que ocupaban los guardianes, ¿vamos a creer ingenuamente que el "acoso" se ciñó a algo tan espiritual y sensible como que las hijas del zar accedieran a tocar bellas melodías en el piano?

De la misma forma que durante décadas dominó una lectura de Auschwitz de la cual estaban ausentes las violaciones y casi ausentes los malos tratos y las crueles palizas y torturas diarias, en el relato de la ejecución de los Romanov ha predominado una asepsia que solo recientemente empieza a disiparse. De la misma forma que su asesinato no fue limpio y mecánico sino sañudo, brutal y salvaje, digno de una película gore, ¿el ambiente que lo precedió fue tan desapasionado y neutro como se nos ha acostumbrado a describir?