Leyendo La tragedia de la liberación. Una historia de la revolución china (1945-1957), de Frank Dikötter, uno se reafirma en sus sospechas acerca de ese tópico del repertorio filosófico de garrafón consumido por una gran parte de los opinadores y creadores de productos culturales de cierta izquierda ahora dominante acerca del papel del "pensamiento occidental" en el Holocausto y otras barbaridades del siglo XX. Una lectura simple y unilateral de segunda mano sobre la Escuela de Frankfurt y unos cuantos textos breves mal digeridos del postestructuralismo francés (especialmente Foucault, Derrida y Deleuze) y de Lévinas, que a su vez seguían el persuasivo relato heideggeriano de la "metafísica de Occidente", han contribuido a difundir la idea de que la racionalidad y la Ilustración europea fueron, de alguna manera, responsables de las catástrofes del siglo XX.
Para aquellos que vuelven la mirada a un "Oriente"-zen idealizado huyendo de esa generalización idiota de Occidente, estas líneas tal vez ayuden a situar la barbarie más allá y más acá de la racionalidad. Solo habría que reemplazar Nanking por Varsovia o Kiev, China por la URSS y Harbin por Auschwitz:
"En diciembre de 1937, las tropas japonesas habían tomado la capital, Nanking, y habían masacrado sistemáticamente a civiles y soldados desarmados en una orgía de violencia que se prolongó durante seis semanas. Los japoneses juntaban a los cautivos y los ametrallaban, los hacían saltar por los aires con minas terrestres o los acuchillaban hasta la muerte con sus bayonetas. Las mujeres, niñas y ancianas incluidas, eran violadas, mutiladas y asesinadas por unos soldados sin control. No se ha logrado una estimación fiable del número de muertes, pero los cálculos van desde un mínimo de 40 000 hasta un máximo de 300 000. Durante los últimos años de la guerra, una implacable política de tierra quemada con la que se trataba de castigar la resistencia de las guerrillas devastó algunas regiones del norte de China, donde los japoneses quemaron aldeas enteras. Hombres de edades comprendidas entre los quince años y los sesenta, sospechosos de colaborar con el enemigo, eran arrestados y ejecutados. Los japoneses utilizaron armas biológicas y químicas durante todo el período de ocupación. Se llevaron a cabo experimentos letales con prisioneros de guerra en una serie de laboratorios secretos que se extendían desde el norte de Manchuria hasta la subtropical Guangdong. Las víctimas padecían vivisección sin anestesia después de que sus captores las infectaran con diferentes gérmenes. A otras les amputaban miembros, les extraían el estómago o les seccionaban quirúrgicamente partes de los órganos. Se probaban armas como lanzallamas y agentes químicos con prisioneros atados a estacas. En el complejo del Escuadrón 731, unas notorias instalaciones cercanas a Harbin en las que había un aeródromo, una estación de tren, barracones, laboratorios, salas de operación, crematorios, un cine e incluso un templo sintoísta, se preparaba ropa contaminada para difundir la peste, el ántrax y el cólera, que luego se arrojaban dentro de bombas sobre la población civil". (pg. 29)