12 de diciembre de 2015

Utopistas tecnológicos...


La tradición del utopismo tecnológico se remonta, como mínimo, a Francis Bacon y su Nueva Atlántida pero en las últimas décadas ha cobrado nuevo aliento de la mano de la "constelación de Silicon Valley" y vuelve a gozar de una buena salud envidiable. Antesdeayer, Sergio Parra publicó en El País - Jot Down un artículo titulado "El STEM está cambiando el mundo mucho más de lo que crees" que la ilustra. En el texto, el señor Parra realiza una entusiasta y poco matizada apología de la actual revolución tecnológica siguiendo el clásico modelo utopista de lectura de un presente estilizado que se prolonga hacia un futuro ya plenamente idealizado y afirma, por ejemplo:

"La idea de que ahora va a pasar algo absolutamente extraordinario suena a cháchara de visionario, y se ha oído tantas veces que ejerce el mismo efecto que avisar de que llega el lobo cuando nunca llega. ¿Cuánto tiempo hace que se habla de edificios domóticos y todavía vivimos en casas como las de nuestra infancia? Y ya no digamos las promesas del cine: ¿dónde están los robots?, ¿los coches voladores?, ¿las colonias marcianas?
Pero el ahora de ahora es diferente a cualquier otro ahora. Para demostrarlo hemos de invocar la ley de Moore y el llamado crecimiento exponencial. En pocas palabras, la ley de Moore postula que cada veinticuatro meses se multiplica exponencialmente la potencia informática. Este crecimiento exponencial se ha estado produciendo desde 1965 y, a grandes rasgos, nunca ha fallado. Cuando Gary Kasparov dijo que era imposible que un ordenador ganara al ajedrez a un maestro ajedrecista, tuvo razón porque en Deep Blue fue derrotado en 1996. Un año después, la computadora venció a Kasparov por mor de la ley de Moore, y ahora nadie es capaz de ganar al ajedrez a un ordenador.
Lo realmente inquietante es que actualmente ese crecimiento de poder de computación continúa produciéndose. Que en nuestros bolsillos, gracias a nuestro smartphone, hay más potencia informática de la que se requirió para llevar al ser humano a la Luna. Y que ahora, justo ahora, los saltos exponenciales serán mucho más apoteósicos que antes. Tan apoteósicos que ni siquiera somos capaces de imaginarlo (...)

Es el mejor momento de la historia, y no solo porque la inflexión de la curva va a cristalizar como nunca aquellas palabras de Arthur C. Clarke: «Toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia». Es el mejor momento de la historia en general. Es una afirmación chocante si nuestra única fuente de información son los periódicos, que evidencian un claro sesgo hacia los desastres en vez de los logros. Como afirmó el escritor de ciencia ficción David Brin: «Aunque probablemente un 70% o un 80% de las cosas que están pasando son buenas, si prestamos atención a las noticias, a los medios de comunicación o a las películas, podríamos pensar en lo contrario».
No es que exista una conspiración en contra del optimismo o la tecnología. Los motivos son otros. Los periódicos, por ejemplo, venden más ejemplares si anuncian tragedias o riesgos. El share de la televisión se dispara si se dedica una hora a una víctima concreta antes que a miles (víctimas o no), debido al sesgo de la víctima identificable, un error de nuestro cerebro al procesar información. También solemos recordar mejor las cosas buenas del pasado, en vez de las malas, debido a otro sesgo cognitivo que incluso los romanos ya describieron con su memoria praeteritorum bonorum y que actualmente se traduce como «cualquier tiempo pasado fue mejor». El síndrome de Frankenstein es el resultado de que las películas siempre presenten futuros distópicos o que los científicos sean nerds, en el mejor de los casos, o mad doctors, en el peor. Cualquier tecnología siempre lleva aparejado el pago de un tributo moral, social o económico, porque en el cine no existe la tecnología buena. Solo en un minoritario, casi marginal, subgénero de la ciencia ficción, la llamada hard, la ciencia y la tecnología se presentan como algo bueno o una herramienta útil para solucionar problemas. Ese género, obviamente, suele estar escrito por científicos para científicos. El resto de la población mundial solo recibe un único tipo de mensaje reforzado continuamente por la forma de procesar información que tiene su cerebro.
Pero si nos desembarazados de estos sesgos, en términos globales, asumiendo que hay ámbitos en los que las cosas distan de ser perfectas, es el mejor momento de la historia. No solo a nivel tecnológico, sino (también) el mejor momento de la historia gracias a la tecnología."

Afortunadamente, un lector le responde con el sano escepticismo que resulta del buen uso de un moderado relativismo sin caer en el tono apocalíptico:

"Aunque estoy de acuerdo con el tono general del artículo hay que mencionar tres peligros que amenazan estas optimistas profecías.
El primero ya lo ha mencionado María más arriba: si se traza una curva del crecimiento científico humano se ve que, en efecto, seguimos una curva exponencial. Pero resulta curioso que la tendencia se inicia con la revolución industrial y el uso a gran escala del carbón y el petróleo. Lo cierto es que todo nuestro progreso científico y tecnológico se basa en un incremento brutal del consumo energético, consumo que ha sido posible gracias a unas fuentes de energía abundantes y baratas. Ahora tenemos que hacer la transición hacia energías renovables, y no está tan claro que podamos seguir manteniendo un régimen de consumo tan alto.
El segundo peligro es la mentalidad capitalista y la falta de rivales. Es cierto que un móvil de los que ahora llevamos en el bolsillo tiene más potencia de cálculo que la que hizo falta para llevar al hombre a la Luna. Pero la cosa es que en los años 70 fuimos capaces de llevar hombres a la luna, y ahora no podemos hacerlo. Que en los años 70 había aviones comerciales supersónicos (el Concorde) y ahora tardamos siete putas horas en cruzar el charco. Que seguimos tirando del petróleo y el gas porque no hemos sido capaces de dominar la fusión nuclear ni resolver los problemas de los reactores de fisión, que datan de los años cuarenta.
El motivo es que todos esos avances se produjeron en un contexto de enfrentamiento (la segunda guerra mundial, la guerra fría) y fueron producto de inversiones masivas por parte de los estados (el proyecto Apolo para ir a la Luna llegó a comerse un 11% de todo el presupuesto de Estados Unidos, casi lo mismo que en sanidad o educación). El sector privado no ve más allá del siguiente trimestre y cuando invierte en proyectos de investigación lo hace a uno o dos años vista, como máximo, y con rentabilidad inmediata. Eso le funciona a la gente de Intel, pero en realidad lo único que hacen es meter cada vez más transistores cada vez más pequeños en una oblea de silicio. En una universidad se inventó el transistor; en otra, el circuito integrado. Intel y las otras empresas solo refinan el proceso, pero no inventan nada nuevo. En el artículo se menciona la posibilidad de usar grafeno, molibdenita o la computación cuántica. ¿Dónde se están investigando estas posibilidades? En el sector público"

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