Podría parecer que hablar de "degradación rápida y mortal" de la democracia, aunque sea en su actual forma tutelada y administrada, sería caer en ese milenarismo apocalíptico que tanto se ha criticado en este cuaderno. Y, efectivamente, existe ese riesgo, no cabe negarlo. Tan sólo puede aducirse a modo de disculpa que no se asume como indefectible, cierto e inevitable, sino como tendencia que podría ser reversible aunque quepa ser pesimista al respecto. En todo caso, su fundamento no es otro que una selectiva aplicación del principio de inducción histórica (ejemplos no faltan para apoyar este juicio pese a no bastar para otorgarle más que una condición de creencia razonable) al que va parejo una consideración muy poco optimista de los seres humanos en esta época histórica. No es mucho pero en menos se apoyan secesionistas y españolistas y campan a sus anchas por cadenas, periódicos, tertulias, aulas universitarias y librerías "a ver quién la dice más gorda".
En cualquier caso, uno ve tantos ejemplos de renuncia a ejercer la reflexión crítica, el momento negativo, que es de temer que el proceso de decadencia de la reciente democracia representativa peninsular sea mucho más intenso y rápido que el que se pueda dar en Francia o Inglaterra y la tentación totalitaria, bien sea radicalmente descarnada, tecnocrática o populista, más irresistible aquí que en el Septentrión.
Dos ejemplos que uno retiene de estos días a modo de símbolo de otros muchos en este "corto (para algunos largo) verano de la secesión catalana".
La semana pasada, N., compañera secesionista etnicista aunque ella crea que no (tiene debilidad por los subsaharianos y palestinos pero no por los israelíes ni los norteamericanos), que tiene estudios universitarios (dos carreras) y ha sido educada, al menos superficialmente, en los principios ilustrados, ante una reflexión del que escribe acerca de sus dudas sobre la capacidad de una Catalunya independiente de sufragar desde el primer mes sueldos públicos y pensiones espetó a voz en grito desde el otro lado de la sala en la que departía con dos amigos sobre el tema: " ¡¿
Tu també amb el discurs de la por?! ¡
Apa!" ("¡¿Tu también con el discurso del miedo?! ¡Venga ya!"). No hubo manera de evaluar el riesgo con ella: cualquier duda era el fruto del "discurso del miedo" españolista. Hace tiempo que ha renunciado a una valoración individual y propia de la opción política de la secesión y no tiene ningún interés en discutir y argumentar al respecto: no hay lugar para la deliberación desapasionada; es "perder el tiempo". Cobraremos más, mejor y antes que unos españoles que se arruinarán sin nosotros.
Unos días antes F., un amigo españolista furibundo, doctor y con textos publicados, también educado con la pátina ilustrada, se negaba a aceptar que el Gobierno español tal vez debería haber tomado el "toro por los cuernos" y haber convocado un referéndum vinculante. Eso era "chantaje". Además todo el asunto catalán se desinflaría tarde o temprano porque "a los catalanes sólo les preocupa la
pela y son cobardes": como se ha visto a lo largo de la Historia," a la hora de la verdad ceden para salvaguardar sus privilegios". No hubo forma, tampoco, de evaluar el supuesto de que existan "pueblos" dotados de caracteres invariables. Ni el ejemplo del fin de la histórica hostilidad entre franceses y alemanes, desde principios del XIX hasta mediados del s. XX y ahora firmes aliados, ni otros, fueron tomados en consideración. España ni se puede ni se debe romper: no hay nada que analizar ni debatir.
Ambos han renunciado a someter sus pasiones al tribunal de la razón para atemperar su unilateralidad. Han abandonado el enpeño de usar por sí mismos su entendimiento sin la guía de otros, en este caso de sus líderes "nacionales".
Si ellos, como otros muchos, instruidos - aunque no fuera en profundidad - en los principios ilustrados desisten voluntariamente de su condición de ciudadanos autónomos para convertirse en ciegos servidores de sus "ideales patrios" ¿qué puede esperarse de todos esos millones que ni siquiera saben qué es la Ilustración y siempre han preferido dejarse conducir que luchar por seguir su propio camino por muy poco lejos que éste les lleve? ¿Sostendrán una democracia mínima que siga intentando - con poca fortuna en el actual contexto capitalista - hacer realidad su ideal o la sacrificarán ante el altar de sus deidades?...