El otro día conversaba con Ricard, un amigo secesionista razonable, nada etnicista - o muy poco -, tolerante y con sentido del humor. Uno de esos que empiezan a ser raros ejemplares del movimiento y que uno preferiría ver al timón de una
conselleria en una Catalunya independiente antes que a cualquier político español o de los que actualmente ocupan las poltronas por aquí. Comentábamos el
cul-de-sac al que parecía dirigirse la situación tras el choque de trenes y a los reparos tácticos que uno ponía a la aceleración desbocada del convoy secesionista oponía la que parece una evidencia: "
Ja, però això no pot continuar així més" ("Ya, pero esto no puede seguir así más"). Y uno asintió.
Ayer, hablando con otro secesionista, más moderado y pragmático, V., coincidíamos en lo desasosegantemente volátil que se presenta la evolución política catalana y la dificultad de realizar un pronóstico sobre qué sucederá en los próximos meses. En esas estábamos cuando uno ha caído en que hay una posibilidad que no había tenido en cuenta en los vaticinios pesimistas que hace años lleva afirmando: la posibilidad de que "
això continui així", de que siga sin ocurrir nada, de que el callejón sin salida no sea retórico sino fáctico, real. Pero no en el sentido en el que lo piensan e imaginan con gozo los unionistas y los españolistas sino en el de la imposibilidad tanto de avanzar hacia la secesión como de revertir el proceso. Antes del desenlace trágico y violento, que uno sigue creyendo como el más probable a medio plazo (
y sobre el que Xavier advertía el otro día si el Gobierno español decidiera intervenir la autonomía), podría suceder que nos halláramos ante un largo
impasse a la belga. Ni siquiera estaríamos ante un "estado fallido", pues no parece probable que los secesionistas logren una mayoría tan apabullante en escaños, y sobre todo en votos, como para volver a su favor la actual desventaja frente al estado español en las cancillerías occidentales y conseguir proclamar un estado no reconocido pero dotado de fronteras tácitamente aceptadas, condición para ser un estado aunque "fallido" (como Palestina, Chipre del Norte o Kosovo). A la vista de la evolución del voto sería una auténtica sorpresa que los secesionistas superaran el 50% de los sufragios aunque no que consiguieran la mayoría absoluta de escaños. Pero lo sería mayor todavía que no lograran ésta y retrocedieran: no parece un escenario creíble aunque entre dentro de lo pensable. Lo más probable es que sigan dominando con mayoría absoluta el arco parlamentario sin obtener un número de votos inequívocamente favorable a la independencia. Si ése fuera el caso, el "
procés" podría entrar en un contexto de tira y afloja con pequeños e insuficientes avances: en un bloqueo que se prolongara por un largo periodo de tiempo antes de degenerar en un enfrentamiento, vía intervención administrativa española, vía insurrección armada de los grupos más radicales del movimiento secesionista.
Si no hay una victoria clara de los secesionistas ni tampoco sufren una gran decepción podríamos vernos ante un atasco similar al que atenazó durante casi dos años a Bélgica a principios de la década, hasta el punto que no hubo gobierno, y que aun sigue latente con un partido independentista flamenco mayoritario pero insuficiente para lograr sus propósitos y unos partidos unionistas que no dejan de ser minoritarios. Cierto que en Bélgica parece dominar un cierto sentido del realismo político y del sentido común que falta evidentemente por estos pagos meridionales y que les está permitiendo convertir el colapso en un equilibrio más o menos eficaz pero no cabe descartar que, tal vez, la situación de tensión e indefinición se enquiste durante unos años hasta desembocar finalmente en ese enfrentamiento que ojalá nunca llegue a tener lugar...