5 de septiembre de 2015

Crónica de la Nueva Edad (04/09/2015)


Y llegó por fin septiembre y con él algo de lluvia y, sobre todo, uno de los grandes momentos del desafío secesionista, quizás este sí "histórico" (sobre el abuso de este término habría que recordar al viejo Klemperer y su análisis del uso del superlativo durante el III Reich). El reto está ahí y todos lo saben: en España y en Catalunya. En Europa y el resto del mundo, es dudoso pese a lo que se alardee. Desde hace un mes y medio uno se ha mantenido alejado del acceso directo a los medios, como ya ha tocado hacer en los últimos años un par de veces y, haciendo de la necesidad virtud, se ha limitado a observar al margen del bombardeo de las cadenas "nacionales" - que ya no públicas - del país, el estado de la situación. Y, ciertamente, aparte de la ilusión hay motivos sobrados para la preocupación pues lo que está en juego es una "insurrección", pacífica pero insurrección al fin y al cabo. En eso Francesc de Carreras, mal que a uno le pese, tiene razón si se modifica su terminología: los secesionistas proponen lo que para él es un "golpe de estado" - aunque el término "insurrección" parece más adecuado y menos peyorativo y como tampoco se puede decir que estemos ante una "revolución" probablemente sea el término más útil y neutro para describir el empeño - mediante el que aspiran a subvertir el orden legal. Pero lo procupante no es que no acaten la Constitución española sino que tampoco acatarán los mecanismos establecidos y votados mayoritariamente por los mismos catalanes en su Estatut. Así, los secesionistas ya no se plantean la DUI (Declaració Unilateral d'Independència) a partir del voto de una mayoría cualificada, como la que requeriría reformar el Estatuto, sino que han resuelto que bastará con la obtención del "mandato" que supondría obtener un único diputado más que la mayoría absoluta del Parlamento, incluso auqnue no obtuvieran la mayoría absoluta de los votos, para proclamarla. De hecho, aunque perdieran en votos, si ganaran en escaños cumplirían su propósito.

No será uno quien le niegue a los secesionistas legitimidad "política" para su insurrección: tienen la de cualquier movimiento que se proponga alterar el statu quo sea pacíficamente sea violentamente. Saltarse las reglas del juego representativo de las democracias administradas europeas es algo que la izquierda revolucionaria y el fascismo repitieron durante el siglo XX y también puede decirse que empresas, corporaciones, partidos, naciones y estados lo han hecho y lo seguirán haciendo. Tampoco les falta legitimidad "democrática": una minoría mayoritaria de la población les apoya y eso es contrastable. Sin embargo, cabe reprocharles un preocupante déficit que no queda otro remedio que considerar "ético" y que es el que provoca que uno no asista impasible al posible desenlace del "plebiscito" y que no esté precisamente entusiasmado ante la evolución de los acontecimientos. No es de recibo, moralmente hablando, que se prescriban unas reglas que luego no se aplicarían en el caso inverso. Pues no nos engañemos (y aquí se admite la falacia ad populum): ¿aceptarían los secesionistas que en 2024, pongamos por caso, un partido unionista reclamara, y consiguiera, la reunificación con España por haber conseguido un sólo escaño más de la mayoría absoluta? ¿No exigirían una mayoría amplia para una decisión que marcaría la vida de varias generaciones?

La preocupación proviene de esta insuficiencia moral. Los secesionistas tenían una cierta superioridad sobre españolistas y unionistas en ese ámbito. Parecía que fines y medios iban a la par. Que tan importante era el modo de lograr la secesión como esta misma y que no se pagaría cualquier peaje para lograrlo. Ahora el sector radical del movimiento se ha impuesto: cualquier medio es lícito para el objetivo final y si eso es así no serán mucho mejores que los partidarios de mantener el statu quo. No es de recibo, moralmente hablando, otorgarte una regla para cumplir que, después, no aplicarás a los demás en cualquier otro momento. Cuando el diputado Tremosa, de Convergència, señala, con razón, que nadie puso en tela de juicio el resultado del referéndum quebequés - que ganaron los partidarios del no por sólo menos del 1% de diferencia - para avalar la decisión de declarar la independencia aunque sea por menos de un 1% de distancia de votos, olvida que de lo que se trata es de que si esa es la norma constiuyente debería ser, también, una norma de funcionamiento y eso es lo que cabe temer que no ocurrirá.

Este empeoramiento moral del secesionismo, la pérdida de la superioridad que exhibía sobre sus oponentes, es peligroso porque parece ya asentado y nos va situando ante la disyuntiva de escoger entre "Guatemala o Guatepeor" (o entre "Guatepeor" y "Guatemala").